(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Santiago Roncagliolo

La trampa esencial de Sendero Luminoso era usar la fuerza de su oponente. Infiltraba las manifestaciones de todo signo para provocar a las autoridades. Ocultos entre la multitud, los senderistas arrojaban cocteles molotov o apedreaban a los antidisturbios. En respuesta, policías desorientados y furiosos apaleaban, detenían o torturaban a manifestantes inocentes. En escenarios más violentos, las molotov se convertían en letales explosivos plásticos. Y las detenciones policiales, en asesinatos o desapariciones.

Después de tales choques, los senderistas se acercaban a las víctimas de esos policías, o a sus deudos, y les decían:

-¿Ya ves? El Estado no lucha contra Sendero. Lucha contra ti. Y contra los tuyos.

Y así, muchos que al principio solo querían un aumento de sueldo, al final se volvían senderistas.

Durante la última huelga de maestros, volvimos a ver al Estado trabajar para el enemigo, esta vez por iniciativa propia. El gobierno se pasó semanas acusando a ciertos huelguistas indeterminados de cercanía con el terrorismo. El resultado: miles de maestros del país se sintieron insultados e indignados, así que respaldaron justo a esos dirigentes. Al final, el gobierno tuvo que sentarse a negociar con los supuestos terroristas… la misma semana en que el ministro de Interior asistía al Congreso a denunciarlos.

Con la torpeza política que lo caracteriza, el gobierno le regaló al Movadef el liderazgo de una parte del movimiento sindical y le ofreció su primera negociación de alto nivel. Nunca nadie les había prestado un servicio tan jugoso.

Pero hay que admitir que no lo hizo solo. Nosotros los periodistas fuimos sus cómplices más entusiastas. Hemos publicado centenares de fotos de ex presos senderistas en protestas políticas, aparentemente como evidencia de que Abimael Guzmán controla las manifestaciones. En realidad, que vayan a una plaza no significa que controlen un sindicato nacional. Lo que esas imágenes prueban, más bien, es que los senderistas están fichados y vigilados por la policía, que les tiene un hambre de lobo. Si en algún momento se les ocurre delinquir, no durarán en libertad ni cinco minutos.

Los periodistas llevamos también meses ofreciendo titulares y portadas sobre y el puñado de dirigentes que abandona la prisión en estos meses. Es nuestro aporte a la teoría espeluznante de que Sendero Luminoso se reconstituye y se prepara para asaltar el país de nuevo. Pues si no se les había ocurrido antes, a lo mejor lo piensan ahora. Llevaban 25 años sin sentirse tan importantes.

Después de todo lo que Sendero Luminoso nos hizo sufrir, es normal temerles. Sin embargo, nuestras decisiones tienen que estar basadas en la razón, no en la histeria. Deseamos, por ejemplo, que se confirme la orden judicial de demoler el mausoleo de Comas, donde yacen restos de presos senderistas muertos en El Frontón. Pero no nos preguntamos qué se hará con los cuerpos de ese mausoleo. ¿Cambiarlos de lugar? Entonces habrá un nuevo lugar de peregrinación para sus camaradas. ¿Desaparecerlos? Entonces Sendero acusará al Estado de robar cadáveres. Y tendrá razón.

La derrota de Sendero Luminoso fue una de las palizas más contundentes posibles. Sus miembros fueron condenados a penas justas, para nada benignas. Les prohibimos enseñar en colegios, recibir licitaciones públicas y hacer cualquier tipo de vida política. Todo eso me parece justificado. Los senderistas que abandonan la prisión se enfrentan a una sociedad que los odia y los hostiga. Eso quizá sea inevitable. Pero si pretendemos destruirlos, exterminarlos y aniquilarlos, que no hablen con nadie, no vivan en ninguna parte, no reciban sepultura, terminaremos por reforzarlos. Eso precisamente es lo que siempre buscaron. No se los regalemos.