Dona una carpa, por Carlos Galdós
Dona una carpa, por Carlos Galdós
Carlos Galdós

Hubo una noche, cuando yo tenía seis años, en que sentí mucho miedo, mucho frío y muchas ganas de llorar. De esa noche solo sabemos mi mamá y yo, de lo que sentí solo lo sé yo, pues aún tengo las imágenes dando vueltas en mi cabeza y les he dedicado un buen porcentaje de terapia. Nunca las he contado a nadie, ni en broma ni en serio.

Creo que para nadie es secreto que he hecho del humor mi forma de vida. De mi humor raro, negro negrísimo, a tal punto que a veces parezco insensible al dolor. Yo me río de todo porque en algún momento sentí que todos se reían de mí. Me río porque descubrí que nada era tan terrible. Me río porque a veces no hay otra solución. Y mi regla de oro para hacer reír es primero burlarme, troncharme, destornillarme, cachondearme, mofarme de mí y descuajeringarme hasta hacerme puré para después comenzar a reír con los demás.

Tal como hace mucho tiempo escribí en esta columna, yo me hice comediante con el único fi n de hacer sonreír a mi mamá, quien irónicamente hasta ahora, cuando va a mis shows, al final siempre me dice que no le da risa lo que cuento porque estoy ventilando nuestra vida.

Yo he logrado reírme de todo menos de un único evento, que esta semana, después de 36 años, nuevamente me hizo llorar: quedarme sin casa, en la calle, viendo cómo un grupo de matones tiraba por la ventana sillas, camas y cuantos enseres estuvieran a su paso. Algo así como el señor Barriga cobrando la renta a don Ramón pero en versión lanzamiento.

Esta semana, al ver cómo el río furioso se llevaba casas enteras, volví a sentir el frío de aquella noche. La violencia del huaico me hizo recordar a los matones rompiéndolo todo. Las mujeres gritando me recordaron las súplicas de mi vieja pidiendo por favor que no rompan nada. La voz del niño clamando a Dios me hizo nuevamente apretar los dientes. Esa noche de 1981 no lloré; recién lo hice esta semana. La sensación de quedarte en la calle, sin techo, sin saber qué va a ser de ti ni dónde vas a vivir es simplemente aterradora.

Es por eso que te pido que dones una carpa. Hazlo, ve, compra una, regala la que tienes en tu casa esperando ese campamento que haces solo dos veces en tu vida. A estas alturas del partido hay más de 11.000 familias sin vivienda. Sus casas están inundadas y otras 13.000 han quedado inhabitables. Eso significa que desde hace muchos días hay un número muy grande de niños sintiendo pánico. Por ellos te pido que dones una carpa. Cierra los ojos por un momento, imagínate en sus zapatos, escucha el ruido violento del río con las piedras, visualiza tu casa destruyéndose. Ahora escucha los gritos de tu mamá, escucha su llanto, escucha a los bebes… Seguro que ya abriste los ojos porque no lo soportas, ¿verdad? Bueno, ese es el escenario con los ojos abiertos de todos los que hoy son víctimas de la naturaleza.

Hemos destinado la cuenta de Facebook Dona una carpa oficial y el correo para recolectar donaciones en efectivo para comprarlas y hacerlas llegar a los damnificados de las lluvias y huaicos del Perú. También aceptamos carpas usadas o nuevas. Nuestro trabajo es asegurarnos de que lleguen a quienes más las necesitan. Por eso identificamos y coordinamos con los voluntarios independientes, los líderes de pueblos y ONG que conocen las necesidades de cada comunidad. La entrega es documentada y te contamos la historia.¿Lo vas a hacer?

Esta columna fue publicada el 25 de marzo del 2017 en la revista Somos.