

La izquierda peruana siempre se ha opuesto a que la economía peruana se integre al mundo. Prefieren un modelo como el boliviano, y casi añoran lo que hacía Alan García en los 80. Sueñan con un modelo cerrado a la competencia extranjera y que proteja a la industria local.
En esto se parecen a Donald Trump, que anda imponiendo aranceles bajo un modelo proteccionista y nacionalista, que obviamente solo les traerá mayores precios e inflación.
En el 2006, se firmó el TLC con Estados Unidos, el cual buscaba desgravar los aranceles. En este momento, hubo oposición local de los amantes del proteccionismo. Hasta se creó un frente de lucha llamado “TLC, así no”, que integraban representantes de instituciones como Foro Salud, Conveagro, AIS, Cepes, Aprodeh, Cedal, Cooperacción, CGTP, CCP, entre otros. ¿Tuvieron razón en su “pliego de reclamos”?
Dijeron que la economía de un millón de familias campesinas estaba en riesgo, porque el mercado peruano se iba a llenar de productos agrícolas estadounidenses subsidiados. En la realidad, los consumidores se beneficiaron con productos a menores precios, se generó empleo, la agricultura tradicional creció, aunque marginalmente de US$13,4 millones en el 2012 a US$13,9 millones entre enero y febrero del 2025, y se posibilitó el crecimiento de las exportaciones no tradicionales, como los arándanos, alcanzando los US$595,4 millones.
Dijeron que se generaría un monopolio de las transnacionales farmacéuticas que elevaría los precios con el reconocimiento de patentes. En la realidad, no existe un monopolio en el sector (más allá de que las patentes en sí conceden exclusividades necesarias para incentivar su creación). Pero las patentes existentes no han supuesto un crecimiento exponencial del costo de las medicinas, las cuales se mantienen dentro de las más baratas, en promedio, de la región (Ipsos, 2024).
Dijeron que los derechos de los trabajadores quedarían desprotegidos pero, en la realidad, desde el 2011 se ha incrementado la rigidez laboral en el país. El Perú ha caído desde ese año del puesto 43 al 77 en el Ránking de Eficiencia del Mercado Laboral. Además, se han publicado normas perjudiciales a la competitividad como las modificaciones al marco legal de tercerización y negociaciones colectivas, y la agenda del Congreso está plagada de proyectos que buscan aún más rigidez.
Dijeron que habría degradación ambiental y pérdida de derechos de comunidades indígenas, pero se han vuelto más estrictos los procesos de protección del medio ambiente, no solo institucionalizándolo (con la creación del Ministerio del Ambiente, OEFA, etc.), sino que se ha priorizado la consolidación de los derechos comunitarios, a un punto en el que, en la actualidad, se ha vuelto uno de los principales retos por superar en materia para realizar inversiones.
También dijeron que se trabarían los procesos de integración regional, pero en la realidad no se han afectado las relaciones comunitarias entre los países participantes en la CAN. Y así.
El comercio internacional y los tratados de libre comercio no son un juego de suma cero en el que uno gana todo y el otro pierde todo. Son un mecanismo por el que se logra ampliar la torta en beneficio de los consumidores de ambos países, bajo el paradigma de que se le compre al productor más competitivo sin importar dónde está ubicado.
Hoy más que nunca, frente a la embestida nacionalista de Trump, debemos defender el comercio libre, sin proteccionismos, ni nacionalismos que no aportan valor.
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