
Donald Trump está por cumplir los primeros 60 días de su segundo período como presidente de Estados Unidos y es innegable que nos ha dado mucho de qué hablar. Si nos enfocamos en el ámbito económico, muy importante para Trump y compañía, su gestión ha resaltado por la imparable declaración de medidas arancelarias contra países con los que también mantiene fuertes lazos comerciales, como China, Canadá y México, aunque con los dos últimos retrocedió en diversas instancias o moderó su posición. Trump, fiel a su estilo, ha usado los aranceles como medidas de negociación, pero en varios casos ha llegado a cumplir sus amenazas. Y mientras estas se siguen acumulando, la preocupación por la situación económica de EE.UU. no hace más que aumentar.
Wall Street, por ejemplo, está apenas saliendo de un par de semanas duras y tumultuosas, pues las políticas arancelarias cambiantes de Trump han generado nerviosismo por el impacto económico que podrían implicar. Los temores de que se concrete una crisis económica llevaron a que se borren hasta US$4 billones del pico de ganancias que el índice S&P500 registró en febrero, un mes en el que los mercados todavía se mostraban entusiasmados por la asunción del líder republicano. Mientras tanto, un economista de JP Morgan declaró a diversos medios que existe un 40% de probabilidades de que Estados Unidos entre en recesión este 2025, y una reciente encuesta a miembros de la Reserva Federal por parte de CNBC mostró que la probabilidad de recesión aumentó desde 23% a 36%.
El cambio de sentimiento ha sido tan evidente que Trump no ha podido huir del tema, modificando su típico discurso de prosperidad y crecimiento económico inmediato a declaraciones sobre un “período de transición” que el país tendría, justificado en los “grandes cambios” y reformas que su gobierno dice ejecutar.
En medio de las tensiones comerciales, es clave tener algunos conceptos muy claros. En primer lugar, las políticas arancelarias de Trump, aunque cuestionables, no son sorpresivas para quienes conocíamos sus antecedentes, pues el mandatario no ha dejado de mostrar su afinidad por el proteccionismo económico desde su primer período de gobierno. Hace apenas ocho años, Trump lideró una guerra comercial contra China que hoy parece querer retomar de forma más severa, y en el pasado, el mandatario evitó reconocer el impacto negativo que dicho evento tuvo no solo para EE.UU., sino para otras grandes economías a escala global.
En segundo lugar, es importante entender lo inútiles que terminan siendo las medidas proteccionistas del líder estadounidense. No importa cuánto lo nieguen sus fieles seguidores o los miembros del propio partido republicano, pues la realidad, guste o no, es una sola: los aranceles de EE.UU. contra las importaciones a bienes de otros países afectarán, sin lugar a dudas, a los consumidores finales. A más alto el arancel, mayor será el costo de producción para las compañías que necesiten los bienes castigados. Y para evitar pérdidas en sus negocios, el precio final de los bienes aumentará.
Durante el primer gobierno de Trump, sus medidas arancelarias ya habían implicado un aumento en los precios de los productos importados, lo que afectó tanto a consumidores como a empresas. Pero el mandatario estadounidense parece haber aprendido poco o nada de dicha experiencia. Al final, será el consumidor que busca proteger el que pague las consecuencias de sus aberrantes decisiones.