Paola Villar S.

Muy fiel a su estilo de hombre de negocios, ha querido demostrar en menos de un mes de su segundo gobierno que su tiempo vale oro. Desde que aterrizó junto a su equipo en la Casa Blanca, el presidente de fue célere al iniciar con la ejecución de las principales promesas que caracterizaron su campaña, empezando por las deportaciones masivas, sumamente publicitadas en los últimos meses, y continuando con otras medidas muy aplaudidas por los simpatizantes del Partido Republicano, como el corte de fondos de Usaid y su pronta desmantelación. Pero si algo esperábamos con ansias quienes seguimos las propuestas económicas de Trump, era el regreso de los aranceles o ‘tariffs’, que es como se denomina en inglés al impuesto a los bienes que importa y exporta un país. Una política comercial que, a nivel político, ha ganado mucha popularidad con muchos ciudadanos estadounidenses.

La amenaza de que Estados Unidos imponga aranceles contra diversas economías a escala global, o como castigo contra las empresas que deciden producir sus bienes fuera de su territorio, se ha posicionado como el caballito de batalla favorito de Trump para el teje y maneje de sus disputas en el ámbito internacional. Se ha convertido, así, en un argumento con mucho valor emocional y poca lógica detrás, pues como explican decenas de economistas, el aumento de aranceles solo implica que se dé un alza de precios que afecta al consumidor final (en este caso, el pueblo estadounidense), y, por ende, puede generar presiones en la inflación. Aún así, los aranceles se han mantenido entre las principales promesas que hizo el hoy presidente durante los meses de campaña y que lo llevaron a ser elegido para su segundo mandato, reforzando la importancia de contar con una industria manufacturera fuerte, algo atractivo para la clase trabajadora estadounidense, y dándole valor al objetivo de poner los intereses de Estados Unidos siempre por delante.

Esta vez, la amenaza arancelaria de Trump no tardó casi nada en llegar. El mandatario quiso imponer, primero, aranceles de hasta 25% contra productos de Colombia, después de que Gustavo Petro, presidente del país sudamericano, se negara a recibir aviones militares con colombianos deportados en condiciones que Petro consideraba indignas. Aunque el ‘impasse’ duró menos de un día y los aranceles no llegaron a implementarse, la advertencia permaneció y dejó un severo mensaje para cualquier país que comercializa bienes con Estados Unidos: quien no se alinee con la política migratoria estadounidense sufrirá las consecuencias. Después llegaría la amenaza contra Canadá y México, con aranceles también del 25%, que se han pospuesto por un mes luego de que ambas naciones se comprometieran con Trump a reforzar la seguridad en sus fronteras. Mientras tanto, se mantienen los aranceles de 10% impuestos contra bienes chinos, y podrían llegar nuevos aranceles de hasta 10% contra países de la Unión Europea.

Si antes el objetivo principal de Trump era imponerse a una balanza comercial deficitaria y calificada de injusta, como argumentó el mandatario durante la guerra comercial contra China hace siete años, hoy los objetivos parecen haber cambiado, pero mantienen un mismo propósito: o cumples con sus demandas, o sufres las consecuencias. La gran incógnita es: ¿se cansarán los países de sus amenazas más pronto que tarde?

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Paola Villar S. es productora editorial y periodista

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