"Que se materialicen las pobres proyecciones de crecimiento que la mayoría de instituciones privadas tienen hoy para el 2022 sería un auténtico desperdicio de potencial y una gran pena para una economía". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Que se materialicen las pobres proyecciones de crecimiento que la mayoría de instituciones privadas tienen hoy para el 2022 sería un auténtico desperdicio de potencial y una gran pena para una economía". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Diego Macera

¿A qué velocidad se recupera la peruana luego de la caída del 2020? Hay dos líneas de narrativa. La primera, defendida por el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), es que, a pesar de la bulla, la indecisión y las controversias del , si uno evalúa en frío la data, la cosa va bien. La segunda línea apunta, en cambio, a que las condiciones económicas se han deteriorado desde la profundización de la incertidumbre política y, sobre todo, desde la toma de mando del presidente Pedro Castillo.

¿Cuánto mérito tiene cada una de estas visiones encontradas y dónde se halla la raíz de la discrepancia? En corto, la diferencia central es que, mientras que la primera perspectiva cosecha sobre buena parte de lo que se sembró desde finales del 2020 y los meses iniciales del 2021, la segunda tiene los ojos puestos en los meses –y quizá años– por venir.

Empecemos por la línea más cercana al oficialismo. Hay, sin duda, buena información sectorial que ofrecer sobre la recuperación de la economía nacional, principalmente en lo que respecta a producción. A julio del 2021, por ejemplo, el PBI del sector construcción se ubicaba 20% por encima del nivel registrado en el 2019, con un consumo interno de cemento que crecía casi al mismo ritmo. Por su parte, durante setiembre pasado, la generación eléctrica diaria estuvo casi 5% por encima de setiembre del 2019, en tanto que las importaciones de bienes de capital de julio y agosto superaban en 7,7% su nivel pre-pandemia. Incluso el PBI del sector comercio y servicios –obviamente uno de los más golpeados por la crisis– había llegado a superar su producción del 2019.

Tomando en cuenta todos estos indicadores y varios más, a julio de este año el PBI nacional ya estaba al 99,4% de su nivel de fines del 2019 –es decir, casi totalmente igual–. Ello pone a la economía peruana con un grado de recuperación similar al de Colombia, México y Brasil, por encima de Argentina y por debajo de Chile. Vale notar, no obstante, que el mercado de trabajo todavía aparece rezagado. Si bien los ingresos de los trabajadores formales han aumentado, los ingresos laborales totales –incluyendo a los informales– aún están 12% por debajo del 2019.

Así, la recuperación de la primera mitad del año aún no es completa, pero iba bien encaminada y es útil a la actual administración para sacar pecho. En realidad, por supuesto, los logros y limitaciones mencionadas tienen poco que ver lo que haya hecho o dejado de hacer el gobierno del presidente Pedro Castillo (más aún cuando buena parte de la información está a julio), y mucho que ver con la resiliencia de la economía peruana en general y con sus problemas estructurales.

Y aquí es cuando empieza a tomar forma la otra narrativa, la que pone atención sobre los indicadores que recogen la sensación actual con proyección a futuro en vez de fijarse en el pasado. Si la línea oficialista tenía varios ejemplos para ofrecer, la línea escéptica del Gobierno no se queda atrás. Ahí están el fuerte alza del tipo de cambio (explicada principalmente por la incertidumbre local), el encarecimiento de la deuda pública peruana, la rebaja en la calificación crediticia, la enorme salida de capitales, el golpe sobre la bolsa de valores local y, sobre todo, la contracción de las expectativas de la economía a mediano plazo. A la fecha, la mayoría de instituciones privadas proyecta una caída de la inversión privada de doble dígito para el 2022 (en el caso del Instituto Peruano de Economía, esta es de -16%).

Por eso, más que dos narrativas que se oponen, se trata de dos periodos diferentes. En un primer momento estamos viendo la fuerte recuperación económica luego de la primera ola de COVID-19 y su inercia. Posteriormente, vemos indicadores que reaccionan más rápido a la incertidumbre y que –dado el fuerte sesgo negativo– eventualmente se convertirían en menos inversión, menos empleo y menos tributos.

Finalmente, lo que sugiere la sorprendente velocidad que se alcanzó desde finales del año pasado es que el Perú, en ausencia de una incertidumbre política tan marcada, tenía las condiciones para haber crecido este año bastante más. Pero la capacidad y el empuje todavía están ahí, además de condiciones internacionales favorables. Que se materialicen las pobres proyecciones de crecimiento que la mayoría de instituciones privadas tienen hoy para el 2022 sería un auténtico desperdicio de potencial y una gran pena para una economía que necesita, más bien, una buena historia de éxito.