(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Richard Webb

Nuestra economía republicana, ¿ha sido un éxito o un fracaso?
Cualquier juicio histórico es un atrevimiento. La evidencia de lo que fue llega escasa y sesgada, y lo que pudo ser es adivinanza. Para navegar el pasado, el historiador se ayuda con una hipótesis que organiza la investigación pero que, a la vez, elude hechos incómodos para tal hipótesis.

El veredicto más citado en cuanto a la economía republicana fue pronunciado por Rosemary Thorp y Geoffrey Bertram, y el carácter persuasivo de su historia descansa en gran parte en la claridad de su enunciado inicial, opinión que anuncian desde el primer párrafo. Su objetivo, dicen, será “explicar cómo un país famoso por sus riquezas naturales ha avanzado aparentemente tan poco”. O sea, el libro se lanza para explicar un fracaso.

Publicado en 1978, en un contexto nacional de abundante pobreza e interminable crisis económica, la hipótesis parecía razonable. Sin embargo, la base estadística para una opinión era débil; aún no existían estadísticas del PBI referidas a los años anteriores a 1950. Para adivinar el pasado más lejano, los autores se apoyaron en un conjunto de estadísticas parciales, y también en la óptica de sus teorías del crecimiento.

Hoy, finalmente, contamos con mediciones del PBI de hasta tres siglos atrás, gracias a las investigaciones de los economistas Bruno Seminario y Arlette Beltrán de la Universidad del Pacifico, un trabajo que nos obliga a reconsiderar el argumento de Thorp y Bertram.

Los cálculos de Seminario y Beltrán revelan que el PBI del Perú ha crecido 2,8% en promedio cada año durante los dos siglos desde la independencia, una cifra que supera el crecimiento de casi todos los países europeos durante ese período. Gran Bretaña –el mismísimo pionero de la industrialización– logró apenas 1,9%, Alemania 2,2%, Francia 1,9%, e Italia 2%. En América Latina nos superaron ligeramente Chile y Brasil con 3,2% cada uno, pero empatamos con México.

¿Debemos hablar, entonces, de un fracaso económico? ¿O siquiera de “poco avance”, como escriben Thorp y Bertram? Si el volumen productivo de la economía peruana hoy es 30 veces más grande que en 1821, ¿acaso no deberíamos contar la historia de un éxito? O, por lo menos, una historia que explique ¿cómo una economía tan obstaculizada por lo inhóspito de su geografía, su aislamiento de los mercados mundiales y lo problemático de su estructura social pudo, no obstante, superar el crecimiento de los principales países de Europa?

Ciertamente, el nivel de ingreso peruano sigue siendo muy inferior al de Europa, una diferencia que se debe, primero, al atraso inicial, hace dos siglos, cuando antes de la revolución industrial el nivel productivo de Europa era muy superior al nuestro, quizás especialmente en la agricultura. Un segundo factor que limita nuestros niveles de ingreso ha sido el mayor crecimiento poblacional del Perú. La distancia que nos sigue separando de los ingresos europeos no se explica tanto por una incapacidad productiva como por el dinamismo demográfico.

¿Cómo explicar el vigor del PBI peruano durante un tiempo tan largo? ¿Y cómo explicar que no contemos con una historia que se dedique a contestar esta pregunta? Son interrogantes para una nueva fase de investigación, pero me atrevo a sugerir una pista: cambiemos de canal.

Nuestro devenir económico ha sido una realización mucho más democrática que plutocrática, al revés de lo que transmiten los textos de historia, centrados en la minería y en la agricultura de exportación. Esas actividades, juntas, sumaron apenas el 10 o el 15% del PBI en todo el período que se inició en 1821. El resto, o sea el 80 o el 90% del valor de producción, ha sido realizado por individuos, pequeñas y medianas empresas cuyo protagonismo ha sido mayormente ignorado a pesar de su papel central en la superación del crecimiento de la misma Gran Bretaña durante dos siglos.