En tres rounds –uno compasivo (César Hildebrandt), otro con el entrevistador a su favor (Nicolás Lúcar) y otro sin concesiones (Fernando del Rincón)–, se ha gastado el mito del hombre de pueblo aprendiendo a manejar el Perú. Lo dije en “Yo no sabía… gobernar” (23/1/22) y lo repito y grito ahora: el problema no es la falta de aprendizaje, sino las decisiones subalternas al mandato de la patria. No es falta de lecciones, es falta de valores.
Arrinconado por Del Rincón, Castillo fue más explícito al soltar la excusa o coartada de la falta de aprendizaje: que no había tenido tiempo de realizar una ‘inducción’, como se les llama a los cursos rápidos para familiarizar a alguien con el rol que le espera. Lo ideal es que la inducción se realice antes de asumir el mando, sin la presión ni los apuros del debut, pero tampoco es una desgracia que esta, finalmente, se haga sobre la marcha.
Pedro Castillo ya ha tenido una inducción más que suficiente. El primer día que amaneció como presidente, el 29 de julio del 2021, tuvo una lección tan grande que era suficiente como para enderezar todo lo que estaba chueco. Nombró a Guido Bellido como primer ministro y la mitad del país que no votó por él se sintió herida en lo más profundo. El presidente pateó a la vez los tableros de la gobernabilidad, la concertación y la templanza. No se le negó la luna de miel, como le dijo a Del Rincón; él la dilapidó en un día por tomar una pésima decisión subalterna a la patria. Cuanto más necesitaba un cuadro conciliador y experimentado, cedió a la soberbia y al autoritarismo, pensando que, si había ganado las elecciones, podía hacer lo que le saliera del forro.
¿Hace bien en dar entrevistas? Claro que sí. Ha empezado un diálogo que estaba seis meses aguantado y era impostergable. Ha difundido a la nación y al mundo su principal excusa –'sorry, yo no sabía gobernar, no tuve ni curso de inducción, estoy aprendiendo’– y empieza a recibir las respuestas. Son muy diversas y no sabemos qué resumen le hará su equipo a este hombre que se jacta de no ver televisión ni de leer periódicos, pero ya no podrá volver a alegar la lastimera disculpa de la ignorancia. Esas coartadas se usan una sola vez.
En el mejor de los casos, Castillo aprende que el problema no es de conocimientos, sino de valores, que cualquier pretensión de forzar las normas y la ética de la función pública para meter amigos y pagar favores está condenado al escándalo y a su fracaso. Adicionalmente, el presidente tendrá que procesar otra lección: que, a juzgar por las entrevistas, su entorno de asesores es pésimo. Ni siquiera lo entrenaron para soltar propuestas a las fuerzas políticas en medio de las entrevistas. Se impone una nueva poda en Palacio.