“Hoy, en los tiempos del coronavirus, el saludo con la mano es una falta y, a lo mejor, un delito”. (Ilustración: Rolando Pinillos Romero).
“Hoy, en los tiempos del coronavirus, el saludo con la mano es una falta y, a lo mejor, un delito”. (Ilustración: Rolando Pinillos Romero).
/ Rolando Pinillos Romero
Alonso Cueto

El saludo es un rito universal. Gente de todas las culturas se saluda de algún modo. El más frecuente hoy en día, estrechar la mano, expresa, según la leyenda, una señal de paz. Se supone que recuerda a los antiguos guerreros que dejaban las armas de lado para ofrecer la mano desnuda a la otra persona. En el Museo de Pérgamo de Berlín puede verse una imagen de dos soldados griegos del siglo V antes de Cristo estrechándose las manos. Y en el Museo de la Acrópolis de Atenas, Hera y Atenea, nada menos, se dan la mano. Hoy en día estrechar la mano se ha convertido en un símbolo de los negocios, esas guerras modernas. Los empresarios se dan la mano cuando han concluido un contrato. Y aun sin contrato, hay modalidades distintas. Algunos dan la mano derecha y aprietan con fuerza. Otros, incluso, a veces ponen la mano izquierda sobre la mano estrechada, pensando a lo mejor que deben incubarla. El récord de una mano estrechada lo tiene Alastair Galpin, quien la tuvo estrechada durante más de 33 horas con otros socios del disparate de los récords Guinness. Hay gente para todo.

Hoy, en los tiempos del , el saludo con la mano es una falta y, a lo mejor, un delito. La rapidez con la que se propaga la enfermedad hace que tengamos que revisar nuestros protocolos de amistad y cortesía. Esta semana, el primer ministro de los Países Bajos, Mark Rutte, dio un discurso en el que desaconsejaba dar la mano. Apenas terminó el discurso, a un funcionario de salud pública de su país. Cuando se dio cuenta, se echó a reír y ofreció disculpas. Era el instinto de la costumbre.

En muchos otros países europeos, así como en América Latina y en Estados Unidos, hay otros rituales de saludo. El principal de ellos es el beso simple (en el Perú, por ejemplo) o doble (en cada mejilla, como en España o Israel). Con frecuencia, los besos son entre mujeres o entre hombre y mujer. Los besos entre hombres son menos frecuentes, aunque también los hay (entre los argentinos, por ejemplo, pero también entre países como Irán y Turquía) y entre miembros de la familia. Sin embargo, el Gobierno de Irán ha prohibido los besos en público, por motivos religiosos. Solo pueden darse como saludo en privado.

Los besos, que en América Latina son una forma instaurada de saludo, también son errores o faltas en los tiempos del virus. Lo mismo puede decirse del saludo excepcional del abrazo. En los últimos días, he estado en reuniones en las que nos saludamos desde lejos con amigos y amigas. Nada de apretones ni de besos, aunque sí sonrisas y saludos verbales. Todos somos potenciales víctimas de un virus terrible, que ha merecido con razón las alertas en todo el mundo. La película “Contagio” (2011) de Steven Soderbergh ya nos dio una versión realista y delirante de la velocidad con la que se esparce un virus. Allí también un murciélago y un apretón de manos entre un cocinero talentoso y una clienta satisfecha disparan la pandemia.

En el “Decamerón”, Giovanni Bocaccio cuenta la historia de siete mujeres y tres hombres que se refugian en una casa en tiempos de la peste, en Florencia. Encerrados durante diez días, solo tienen una distracción: se cuentan historias sobre el amor, la fortuna y el ingenio. Se ríen, se conmueven. Conversan, se confiesan, se quieren. Hace casi siete siglos, Bocaccio quiso decirnos que eso es lo más importante, aunque no incluya el saludo.