(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Gonzalo Banda

John F. Kennedy parafraseó y popularizó una frase atribuida a Napoleón Bonaparte cuando este alcanzó la paz de Tilsit con los rusos en 1807 y que siempre se recuerda en escenarios de alguna disputa: “la victoria tiene cien padres, la derrota es huérfana”. Usualmente es más fácil explicar el triunfo que las derrotas. Todos quieren ser padres de la victoria, pocos tienen la entereza de explicar las derrotas. A buena parte de nuestro decadente ‘establishment’ político, cada vez se le ve más solitario en el esfuerzo de demostrar que su derrota (y no su victoria) es la que tiene, no cien padres, sino cientos de miles de padres, todos coludidos para perpetrar un fraude descomunal.

Por semanas enteras, muchos de sus líderes han desfilado con impunidad por varios canales de televisión, desparramando un solo mensaje: en las regiones donde ha ganado con mayor contundencia, miles de compatriotas se han coludido delictivamente para perpetrar un embauque meticulosamente planificado en las mesas electorales. Un ardid que se le ha escapado a la , la Unión Europea y al Departamento de Estado de los Estados Unidos. Ni la KGB había conseguido engañar con tanta maestría a Occidente. ¿Dónde están esos facinerosos que perpetraron tal engaño? Convenientemente apretujados en la sierra peruana, en lo que Alfredo Barnechea ha llamado en una reciente entrevista “el corredor Jauja-Cusco que se remonta a la colonia” y del cual Perú Libre habría mamado los recursos para esta gigantesca farsa electoral. Siempre los comportamientos que desconciertan a nuestros jerarcas limeños tienen que ver con algún conflicto colonial o incaico que no hemos podido reconciliar, como si no hubiesen trascurrido 200 años de vida independiente. Hazte cargo, república.

La indignación en Huancavelica, Cusco y Puno ha sido descomunal. Decenas de denunciados les han pedido a los irresponsables denunciantes que se rectifiquen. Ninguno de los defensores de la tesis de este plan siniestro de adulteración masiva de firmas, a pesar de haber sido encarados por varios denunciantes, ha ofrecido una sola disculpa. A estos compatriotas nadie les va a pedir perdón, casi nunca nadie les pide perdón. Ojalá cuando esta tempestad termine, los denunciantes tengan la hidalguía de visitar a cada una de estas familias y pedirles personalmente perdón. ¿Acaso no saben que en las comunidades campesinas basta un apretón de manos para cerrar la compra del ganado o de sus tierras? ¿Acaso no entienden que el bien más preciado es su palabra? ¿Quién les va a devolver su nombre que ha sonado en todas las antenas del pueblo? Hay cosas que no se deben pasar por alto: la estigmatización que han vertido sobre miles de peruanos no se borra con una mueca de contrición. Es sencillo hacerse los desconcertados, mientras se refugian en un estudio jurídico tras sufrir la extinción política. Lo difícil es poner el pecho.

Moralmente, mientras más avanza un mal, se hace más protervo. Inicialmente se dijo que debía esperarse la resolución de las actas observadas y los votos impugnados. Luego se desplegó la teoría del fraude en mesa y se regaron pedidos de nulidad de actas. Hoy, la situación ha degenerado en un pedido de auditoría de las elecciones echando mano de estudios criptoanalíticos. Esta demencia no tiene cómo parar. Estamos llegando a un punto donde algunos son capaces de pedirle a Julio Velarde que no trabaje y deje escalar el tipo de cambio, para que los más pobres sufran. Ese es el nuevo nivel de normalidad bajo el que vamos a tener que sobrevivir. Va a existir una clase política emergente, cada vez más ruidosa y estridente, que va a preferir el hambre de muchos compatriotas con tal de ver confirmadas sus profecías. Nuestra ‘alt-right’ naciente no va a descansar, por lo menos hasta que nuestra derecha democrática vuelva a levantar sus banderas.

Por eso, la izquierda haría bien en dejar de romantizar ingenuamente a Castillo como si se tratara de la encarnación del redentor rural. Si bien hay millones de peruanos esperanzados con su gobierno, también hay millones de asustados: esa clase media mentirosa del Perú, que entra y sale de la pobreza con un resfrío. Para ellos no basta con , les hace falta certidumbre, predictibilidad y calma. Están acostumbrados a prescindir del Estado. Con que no se rompan algunos mínimos acuerdos les basta. Castillo necesita entender que su victoria tiene muchos padres también: la pandemia, el antifujimorismo, el aumento de la pobreza y la identificación sentimental. Mucha humildad y toneladas de sensatez. No necesita traicionar sus banderas para embarcarse en una agenda reformista inteligente. Un país donde se persigue oxígeno es evidente que necesita reformas.