Acabó la primera vuelta, otra vez en forma dramática. Las continuidades territoriales en el voto que hemos seguido en esta columna fueron determinantes para este cierre. Hoy propongo algunas ideas sobre estos resultados y lo que deja la elección. Ya habrá tiempo para discutir lo que se viene.
Por el lado izquierdo, pasó lo que ha pasado en las tres elecciones anteriores: el sur (a la que se sumó, como en el 2006 y 2011, el centro) tuvo un claro favorito. Una semana antes decía aquí que ya veía difícil que se repita el fenómeno. Que si bien el ascenso de Castillo dividiría el voto del sur, afectando a Mendoza y Lescano, era muy complicado que lo dominara. Pues lo dominó.
En provincias emblemáticas de este control territorial en el pasado, como Cangallo en Ayacucho y Acomayo en Cusco, Castillo obtuvo 61.9% y 45,3% respectivamente (con el conteo casi terminado). Por debajo de Humala y Mendoza antes, pero claro ganador.
Por el lado derecho sí hubo cambio con respecto a otras elecciones. Antes un candidato dominó Lima pero esta vez esa derecha se partió en dos candidaturas: De Soto y López Aliaga. Sin esa división uno de ellos probablemente estaría en segunda vuelta y no Keiko Fujimori. Incluso divididos uno podría haber pasado si la tasa de voto en Lima centro hubiese sido más alta.
Ganadores precarios, eso sí. El conteo señala que Avanza País “ganó” en la provincia de Lima con 17% y Renovación Popular tuvo 16%. En el distrito de San Isidro 32,5% y 29,2% respectivamente. Al final, la debilidad de estos dos candidatos llevó a que indecisos y votantes estratégicos le dieran el empujón que necesitaba Keiko Fujimori para pasar a segunda vuelta. Fuerte también en Lima, en el norte y algunos otros bastiones.
Dos puntos que resaltar del resultado. Primero, fue una carrera entre candidatos muy débiles con ganadores que no entusiasman. Sería arrogante decir que no entusiasman a nadie, pues allí están sus votos para mostrar que a varios sí. Además, Castillo recién estaba haciéndose conocido, pudo crecer incluso más.
Pero con todo, un voto bajo para ser primero. Ni que decir del segundo lugar. Ninguno de los dos hubiese entrado a segunda vuelta si comparamos con elecciones anteriores. El archipiélago de preferencias, abstenciones y nulos/blancos, muestra que el entusiasmo por esos candidatos fue limitado. Además, los antis que cargan son altos.
En las semanas que vienen, cuando la polarización y los antis lleven hacia el entusiasmo a quienes antes veían a ambos candidatos como una pésima opción, será bueno que recordemos este resultado. En el plano económico las divisiones están claras. Pero es en otros planos como en temas democráticos o libertades, que también pesan, donde habría que mantener ese entusiasmo bajo y más bien una vigilancia crítica. Distinguir nuestro rechazo a un mal mayor de la barra hacia su contendiente.
Lo segundo a resaltar es la derrota de posiciones progresistas en términos de libertades, igualdad y defensa de minorías. Tenemos un Congreso muy conservador, incluso en bancadas más centristas se cuelan diversos conservadores.
Sabemos muy bien que distintas posiciones progresistas distan de ser mayoritarias y populares. Pero la baja votación de candidatos que en mayor o menor medida recogían esas agendas, y la forma de distribuir escaños en distintos distritos donde los quintos ganan poco o nada, hacen que la representación de estos valores sea incluso menor que su peso en la sociedad.
Esto tiene implicancias mayores a las ya consideradas en el debate público. Se ha mencionado, con razón, que la gran coincidencia de varios grupos se dará sobre estos valores conservadores, y el riesgo que ello trae. Pero es peor. En un Congreso fragmentado en temas económicos, la carta de negociación, sea quien sea que gane, serán estos temas. Allí hay consensos que explotar y ofrendas que hacer para garantizar apoyo. Se vetarán ministros y se entregarán funcionarios por sus posiciones progresistas. Un resultado triste y frustrante para quienes compartimos estas agendas y que llama a pensar desde ya lo que se viene.