En solo siete semanas más los peruanos tomaremos una de las decisiones individuales y colectivas más importantes de las últimas décadas. No se trata de una elección cualquiera. Estamos en medio de la pandemia del COVID-19 y un aumento significativo de la pobreza y vulnerabilidad económica de las familias.
En este contexto, han aparecido candidatos con discursos que –en busca de atraer electores menos informados– realizan promesas de bienestar difíciles de cumplir con las políticas que ellos mismos pregonan en sus campañas.
El desarrollo económico ha sido esquivo para la mayoría de los países. Como a estas alturas de la historia se sabe, los países que han logrado una mejor institucionalidad y gobernabilidad democrática, que han confiado en los mecanismos del mercado para la asignación de recursos y que han sido capaces de construir un Estado que produzca políticas públicas funcionales a una mejor distribución de oportunidades, son los que hoy en día han logrado el mayor bienestar para sus ciudadanos.
La gran mayoría de países han desperdiciado sus recursos utilizándolos de manera poco eficiente. Recursos naturales utilizados para financiar estados ineficientes. Recursos humanos desperdiciados con bajos niveles de educación. Muchos países no han aprovechado las fuerzas del mercado (que es como aprovechar la fuerza de la gravedad). Algunos no han mantenido cuadros de estabilidad macroeconómica que eviten crisis fiscales y entornos inflacionarios. Países donde no se ha respetado el Estado de derecho. Todos esos países no han sido capaces de entrar al selecto conjunto de países desarrollados.
El Perú, a lo largo de sus 200 años de fundación republicana, no ha podido aún mejorar significativamente su distancia de ingresos per cápita con los países hoy considerados desarrollados.
Sin embargo, hemos reunido en los últimos 30 años algunos de los requisitos para lograr esa “pócima mágica” que nos lleve al desarrollo económico: utilizar los mecanismos de mercado. Por otro lado, desafortunadamente, nuestra democracia no ha sido capaz de desarrollar la condición sine qua non de la receta: mejorar el Estado y sus instituciones.
A diferencia de la parte económica, que ha logrado importantes reducciones de la pobreza y mejoras notables de los ingresos per cápita, el Estado peruano no ha tenido desarrollos paralelos a esa misma velocidad. Con notables excepciones, en general el aparato estatal no ha avanzado rápido en mejorar sustantivamente los sistemas de educación y salud. O los sistemas de justicia y la seguridad ciudadana.
El problema de representación política lleva a la larga a debilitar las capacidades de Estado. La crisis política actual tampoco tiene precedentes recientes. Habría que ir hasta el siglo XIX para encontrar cuatro presidentes en un período gubernamental. Un Congreso como el actual es el ejemplo paradigmático de hasta dónde se puede retroceder si se alinean los astros de un mal diseño institucional. Casi todas sus normas han sido un retroceso o un intento de retroceso de los avances económicos logrados y pocas han mejorado el diseño institucional.
En el caso de la pandemia, hemos visto con estupor cómo el Estado no fue capaz de transportar el primer lote de las vacunas en un simple vuelo de carga aérea. Los sistemas de compras estatales no son funcionales a una emergencia y tampoco se hizo nada para lograrlo. Para no tratar aquí el tema de las vacunas ‘VIP’.
Venimos escuchando en la campaña política distintos diagnósticos implícitos y explícitos por parte de los principales candidatos. Y sus respectivas propuestas.
Un grupo hace bien en señalar las falencias del actual estado de las cosas, en gran parte fallas del sector público, pero sus propuestas hacen pensar que los resultados de estas serían peores y contraproducentes con los mismos problemas detectados. Otro grupo tiene diagnósticos y propuestas muy parecidas entre sí. Pero corren el riesgo de anularse mutuamente en la campaña y favorecer al primer grupo.
Afortunadamente, la economía peruana ha mostrado gran capacidad de resiliencia. En diciembre ya estaba con cifras positivas y dichas cifras volverán a estarlo desde marzo, al margen de un breve hiato por la segunda cuarentena.
También abrigamos la esperanza (que es lo último que se pierde) de que el primer grupo solo esté buscando posicionarse mejor en las elecciones, pero que realmente no crea mucho en lo que propone y sea capaz de aceptar mejores soluciones a los problemas por ellos detectados, con su lectura de qué es lo que realmente les preocupa a las personas y de qué se habla en la mayoría de hogares peruanos.
La sociedad peruana es compleja. Tiene aún rezagos de la herencia colonial. No hemos sido capaces de construir en 200 años esa institucionalidad que es consustancial al desarrollo económico.
Por ello, el nuevo Congreso elegido en abril será crucial. Tanto para evitar los posibles desatinos económicos del primer grupo, como para formar una alianza de gobierno que comience a cambiar el estado de las cosas.