(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Jürgen Schuldt

Anualmente, a lo largo del primer trimestre, despierta el diminuto Nostradamus que habita en cada uno de nosotros y, en la intimidad, calibramos nuestras perspectivas para el año respecto a los deseos y acciones que más podrían influir en nuestra vida. Los economistas somos los únicos que hacemos públicos nuestros pronósticos, sin sonrojarnos, con el ceño fruncido y en tono ceremonial, mientras damos a conocer la tasa de crecimiento económico y otros indicadores claves que se cumplirían hacia fines de año. 

Curiosamente, revisando las proyecciones del crecimiento del presente año, sorprende la extrema similitud de los resultados que enviaron al Banco Central de Reserva (BCR) por correo electrónico –como cada mes– unos 400 encuestados del sector privado, los que coincidieron en una tasa de 3,6% para este 2018, semejanza llamativa que se repite casi todos los años. ¿Cómo entender tal coincidencia entre ellos, tan atípica entre peruanos en otros ámbitos? Como se considera que los economistas son los científicos sociales más serios, seguramente se asumirá que el parecido de las expectativas cuantitativas se debe al hecho de que todos poseemos el mismo paradigma macro y político-económico, iguales bases de datos y parejo olfato. Sin embargo, no es así.

Son varias las hipótesis que se podrían plantear en torno a la igualdad de los pronósticos. Una de las más comunes es la derivada de una célebre metáfora de Keynes. Se trata de un símil que él planteara en torno a la selección que los concursantes adoptan para determinar “las seis caras más bonitas entre un centenar de fotografías”. A lo que el economista británico responde que cada miembro del jurado elige “no los semblantes que él mismo considera más bellos, sino los que cree que sean del agrado de los demás”, proceso muy similar al que practican los que pronostican. 

De manera que se otea y copia el ‘cálculo’ del vecino: los académicos a los bancos, estos a los organismos internacionales, luego a empresarios y así sucesivamente. Nadie quiere quedar mal. En todo caso, siguiendo ese criterio, todos saben que estarían igualmente equivocados si fallan sus pronósticos. Además, cada cual puede realizarlos sin angustias mayores porque sabe bien que nadie se tomará la molestia de comprobar sus fallos hacia fines del año.  

Evidentemente, esa táctica ‘tinkera’ funciona muy bien en un entorno tranquilo, heredado generalmente del año inmediatamente anterior, pero fracasa rotundamente cuando se da una reversión o agravamiento de la coyuntura. Y es este el gran problema del momento actual, dada la incertidumbre derivada de la crítica situación sociopolítica e institucional que hemos vivido. Ya lo dijo el alemán Bertolt Brecht: “Los economistas se pasan la mitad del año prediciendo lo que va a suceder y la otra mitad explicando por qué no sucedió lo que predijeron”. 

En ese contexto, es ilustrativo revisar los pronósticos de las instituciones gubernamentales, las que siempre son más optimistas que las de las encuestas mencionadas. Así, el BCR y el Ministerio de Economía y Finanzas pronostican un crecimiento en torno al 4% para el 2018, cifra (casi siempre) inflada a fin de alentar expectativas optimistas. Por lo demás, nunca hay que olvidar en este campo la frase: “Los políticos utilizan a los economistas como los borrachines a los faroles: no buscan la luz sino sostén”.