(Foto: Consuelo Vargas/ El Comercio)
(Foto: Consuelo Vargas/ El Comercio)
Enrique Bonilla Di Tolla

Hace algunos años, terminando una conferencia sobre la historia urbana de Lima a partir del estudio de sus espacios públicos en la Universidad de Buenos Aires, se me acercó un profesor de historia de la arquitectura que me hizo un comentario muy interesante: “Nosotros siempre sentimos a Buenos Aires muy parecida a París, pero una ‘Étoile’ como la que mostraste, esa sí que no la tenemos”.

Esa ‘Étoile’ a la que se refería el colega argentino no era otra que nuestra plaza Dos de Mayo, indudablemente inspirada en las plazas parisinas del siglo XIX que aparecieron en la Ciudad Luz por iniciativa del barón de Haussmann, el prefecto de París que transformó la estructura medieval de la capital francesa en una ciudad de anchos bulevares y plazas circulares desde las que se irradiaban las avenidas. Una de ellas es la Place de l’Étoile (Plaza de la Estrella), en cuya plaza circular se alza el célebre Arco del Triunfo y desde donde nacen varias importantes avenidas, entre ellas la de Champs-Élysées.

Las plazas circulares parisinas tuvieron un origen funcional. El diseño panóptico permitía vigilar las calles a partir de un solo punto –un modelo similar se usó para la desaparecida Penitenciaría de Lima e inclusive en hospitales como el Dos de Mayo–. Es también el mismo diseño que se usó en el urbanismo que se impuso en nuestra ciudad sobre las demolidas murallas coloniales. Plazas circulares y bulevares apuntaron, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, a la modernización de Lima que, como casi todas las grandes ciudades latinoamericanas, tomó a París como su referente.

Entre dichas plazas, quizá la que mejor tomó forma fue la plaza Dos de Mayo, debido al acompañamiento que produce la magnífica arquitectura ecléctica de los ocho edificios que la circundan, diseñados por el arquitecto Ricardo de Jaxa Malachowski, por encargo del filántropo Víctor Larco Herrera.

Los edificios fueron diseñados para vivienda, con grandes departamentos para aquellos que quisieran vivir en lo que era por entonces la periferia de la ciudad. Poco a poco ese uso fue reemplazado por oficinas y otras actividades comerciales e inclusive gremiales. Subsistió también la actividad residencial precaria, que tugurizó los viejos departamentos. El deterioro de los edificios se hizo más evidente cuando dos incendios, uno en el 2014 y otro el año pasado, destruyeron casi por completo dos de los ocho edificios del conjunto.

El edificio quemado en el 2014 fue la prueba tangible y evidente de la incapacidad del Estado para recuperar el patrimonio construido. A pesar de los anuncios después del desastre, ni la Municipalidad de Lima ni el Ministerio de Cultura han podido intervenir eficientemente en un predio privado, pero de valor histórico y de importancia pública. A esto se agregó el incendio de un segundo edificio, que acrecentó la sensación de pérdida de este valioso espacio de la ciudad aparentemente destinado a desaparecer, lo que convertiría a la histórica Lima en una urbe extraña, carente de historia y de memoria.

Esperemos, pues, que ahora que una empresa privada ha adquirido uno de los inmuebles quemados y propone su reconstrucción para dedicarlo a usos comerciales y de oficinas, se cuente con el apoyo de los organismos competentes como la Municipalidad de Lima y el Ministerio de Cultura. Ojalá que esa práctica se pueda llevar a las otras edificaciones del conjunto y que le devolvamos a nuestra ciudad uno de sus ambientes monumentales más bellos; de lo contrario, esa ‘Étoile’ que elogiaba el profesor porteño será solo una vieja postal de algo que algún día tuvimos.