Medio ambiente
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Daniela Meneses

“Este no es un simulacro” es el título del libro del grupo ambientalista Extinction Rebellion (XR), que acaba de ser publicado por la editorial Penguin Random House en Inglaterra. Como algunos recordarán, en abril de este año la agrupación realizó una protesta de diez días en Londres y organizó acciones en distintos países del mundo. Sus pedidos en son básicamente tres: que el gobierno “diga la verdad” sobre la emergencia climática; que las emisiones de gases de efecto invernadero se reduzcan a cero para el 2025; y que el gobierno cree asambleas ciudadanas para discutir el . Es mucho lo que se puede decir (y también criticar) de XR, de su diagnóstico, de la viabilidad y costo de sus objetivos y de sus tácticas. Pero independientemente de lo que pensemos del movimiento en particular, e independientemente del lugar en el espectro político en el que nos encontremos, el libro –una suerte de manual escrito por diferentes voces– nos invita a pensar en nuestra relación con el desde diferentes ángulos. Me quiero centrar ahora en el lenguaje.

El uso por parte de XR de términos como ‘crisis climática’, ‘emergencia climática’ o ‘catástrofe’ inyecta urgencia a palabras que estamos tan acostumbrados a escuchar que parecen a veces vacías. Es una urgencia que se siente también fuera del movimiento. Katharine Viner, editora en jefe de “The Guardian”, se ha enfocado en la importancia de las palabras al explicar, el mes pasado, por qué el diario inglés ha decidido optar por hablar de ‘emergencia’ y ‘crisis’ climática: “Queremos estar seguros de que estamos siendo científicamente precisos y de que al mismo tiempo nos estamos comunicando claramente con los lectores sobre este asunto tan importante […]. La frase ‘cambio climático’, por ejemplo, suena más bien pasiva y gentil, cuando de lo que los científicos hablan es de una catástrofe para la humanidad”. De hecho, varios científicos y organizaciones internacionales están cambiando su lenguaje en este sentido. Y los parlamentarios ingleses han decidido también declarar una “emergencia climática y ambiental”.

Pero si hablamos del vocabulario de XR, tendríamos también que detenernos en, por ejemplo, las palabras ‘rebelión’, ‘acción radical’ o ‘ecocidio’. Y la pregunta, entonces, es si este lenguaje no puede ser contraproducente. La investigadora de la Universidad de Harvard Jemma Deer ha dedicado un artículo en “New Statesman” a la utilidad estratégica de evitar palabras como ‘revolución’ al hablar con personas de centro o de derecha, que también están preocupadas por el pero que pueden sentirse alienadas con este lenguaje. “Eslóganes como ‘salvar al planeta’ tampoco funcionan bien. Esto no es porque la gente preferiría destruir al planeta, sino simplemente porque cualquier frase que está fuertemente asociada con la oposición política actúa como un sistema de alarma que cierra todas las puertas, y no permite que nadie más entre […]. Cuando la gente de derecha escucha ‘salva el planeta’, inconscientemente escucha ‘socialista’ o ‘hippy’, y nada más”. Deer menciona, en cambio, estudios que sugieren asociar al clima con palabras como justicia, decencia, estabilidad, prosperidad o crecimiento… (y esta reflexión funciona también cuando es la derecha quien quiere convencer de un punto a la izquierda: hay palabras que simplemente no ayudan).

La discusión sobre el lenguaje y el impacto climático es interminable, así que tendrá que ser suficiente mencionar solo un término más que aparece en “Este no es un simulacro”: melancolía climática. Ese es el título de la contribución de la escritora y psicoanalista Susie Orbach al volumen. Allí, explora cómo llegar a conocer lo que le está sucediendo al planeta implica sentir melancolía y duelo ante la pérdida. Sentimientos que, agregaría, normalmente no tienen espacio en discusiones donde el protagonismo se lo llevan o la negación del problema, la completa desesperanza o el activismo optimista. Y sentimientos que, nuevamente, se pueden sentir en cualquier lugar del espectro político que nos encontremos. Termino con esta idea de Orbach: “Enfrentar nuestros sentimientos no es un sustituto para la acción política, tampoco una distracción de la acción. Los sentimientos son una parte importante de la actividad política. Reconocer nuestros sentimientos –a nosotros mismos y a otros– nos hace más robustos. Necesitamos estar en duelo y organizarnos. No debería ser uno o el otro”.