"El fermento femenino", por Abelardo Sánchez León
"El fermento femenino", por Abelardo Sánchez León
Abelardo Sánchez León

Claudia Salazar Jiménez, en su primera novela, “La sangre de la aurora”, aborda el tema de la guerra interna en el Perú en tan solo 88 páginas. Lo hace desde el punto de vista de tres mujeres: una comunera, una senderista y una fotógrafa limeña. El énfasis femenino está respaldado en dos citas; una es de Marx, que dice: “Cualquiera que conozca algo de historia sabe que los grandes cambios sociales son imposibles sin el fermento femenino.” La otra cita es de Lenin: “La experiencia de todos los movimientos revolucionarios confirma que el éxito de la revolución depende del grado en que participen las mujeres”. Las tres mujeres de la novela de Claudia Salazar Jiménez, sin embargo, son víctimas del castigo más primario que los hombres ejercen sobre ellas; el castigo físico, sobre su cuerpo, humillándolo, violándolas, sea por la tropa del ejército o por las huestes senderistas.

Las mujeres son el botín de guerra más preciado. Durante el desahogo de la victoria, la cacería está desprovista de cualquier ley y solo vale hacerles sentir la vergüenza de la derrota. En la película “Una mujer en Berlín”, un grupo de mujeres se prostituye para defenderse de la soldadesca rusa y solo satisfacer a los altos mandos. En las calles destrozadas se ve a mujeres cogidas, arrastradas, jaladas de los cabellos. Alemania aún no se ha rendido, y las mujeres son el botín más codiciado.

“La hora azul” y “La pasajera” son dos novelas emblemáticas de Alonso Cueto que retratan la guerra interna en el Perú desde el sufrimiento de las mujeres, maltratadas, abusadas, violadas por las autoridades militares acantonadas en Huanta. Todo el dolor se concentra en el sufrimiento de la mujer. La mujer es tan solo un cuerpo, sin propietario, que se ultraja como si fuese un saco vacío. La guerra interna en el Perú adquirió forma a través de masacres indiscriminadas, fosas comunes, desplazamientos masivos y violaciones sin tregua. Toda mujer fue un botín, un premio, una recompensa; fue tan solo un cuerpo desprovisto de humanidad.

De la violencia política hemos pasado a la violencia común, organizada en cárteles o simplemente callejera, y habría que analizar el vínculo si lo hubiese. Pero la mujer continúa siendo el núcleo de las agresiones: se la humilla, se la golpea y se la mata. Los hombres no soportan a una mujer autónoma e independiente, capaz de imaginar su vida. La quieren en casa, obediente, sumisa y temerosa. Los hombres viven la agonía desgarrada de la familia patriarcal. La calle se ha convertido, al propósito, en un lugar peligroso para la mujer. A falta de argumentos, reciben golpes. Y si esa cabecita no entiende, si se resiste, entonces se la viola.