¿Dónde estamos y adónde vamos?, por Fernando de Trazegnies
¿Dónde estamos y adónde vamos?, por Fernando de Trazegnies
Fernando de Trazegnies

No soy un político sino un hombre de la calle. Sin duda, la política se nos hace presente a todos, aunque tratemos de evitarla; y llega dando empujones para un lado y para otro, interpretando los hechos en todas las formas posibles… y también a veces en las formas imposibles.

Es así como ese hombre de la calle mira a su alrededor y se siente desconcertado. La impresión que recibe es borrosa, contradictoria, ilusa y muchas veces absurda. Escucha las noticias de que se ha descubierto que una gran cantidad de obras públicas han sido un aparato para producir ganancias ilegales en favor de extranjeros; pero también en favor de nacionales, de hombres de negocios y hasta de un ex presidente de la República.

Indudablemente, queda desconcertada cualquier persona a la que le digan que el Gobierno ha pagado 76 millones de dólares a una empresa extranjera por instalar cuatro pequeñas casetas de peaje, para lo que se requiere una construcción mínima en cada caso. ¿Tiene esto sentido?

El famoso aeropuerto de Chinchero en el Cusco es otro de los muchos temas extraños… para decirlo elegantemente. Durante años se ha venido discutiendo sobre si se construye o no. Ahora finalmente se ha decidido de manera formal la construcción. Pero el acuerdo sobre la inversión resulta desconcertante. Según parece, una empresa privada construirá el aeropuerto y será pagada mensualmente por su trabajo. Pero –¡atención!– después de terminado y pagado el aeropuerto, la empresa constructora asumirá la administración –y las ganancias– del aeropuerto durante 40 años (nada menos), ganando así una cantidad notable sin que el Gobierno reciba nada. ¿Pero, acaso no se le había pagado con creces sus gastos y honorarios por la construcción? Dentro de 40 años la mayor parte de nosotros habrá desaparecido… pero la empresa continuará aprovechando el aeropuerto a costa de lo que le prometieron hoy.

No podemos tampoco dejar de lado –he observado que ahora casi no se mencionan– los estudios científicos que se hicieron desde 1960 hasta hoy y que establecieron que ese lugar no es adecuado para un aeropuerto, debido a la ubicación y a los fuertes vientos que se soportan muchas veces y que pondrían en peligro los aviones. Ahora se dice que los aviones de hoy son mejores… Que nos enseñen, entonces, los últimos estudios para saber cuál es la opinión actual de los expertos frente a estos nuevos aviones. Curiosamente, no se ha mostrado hasta ahora ningún informe que considere prudente hacer un aeropuerto en ese lugar.

¿Cómo podemos tomar ese riesgo en un país que tiene una naturaleza que muchas veces despierta de manera muy agresiva: huaicos, ríos que aumentan su caudal, lluvias y, ciertamente, vientos fuertes en algunos lugares predefinidos? ¿Podemos estar seguros de que los “nuevos” aviones podrán ganarle el juego a los grandes vientos? Francamente, prefiero no estar en esa situación. Y si algún día –Dios no lo quiera– los vientos ganan y un avión se estrella, todos lamentaremos las muertes. Pero también, sin duda, terminará la afluencia de turistas al Cusco. Nadie querrá venir al Perú y se producirá una catástrofe comercial por la falta de ingresos turísticos. ¿A eso queremos llegar?

Lamentablemente, tenemos que admitir que estamos viviendo en una época muy difícil. No solamente el Perú se encuentra sacudido por una presunta “modernidad” sino también un gran número de países se encuentran en una situación delicada. Si miramos en nuestro entorno, Brasil y Venezuela se encargan de hacer la vida imposible en sus países desde dos puntos de vista: el robo y la tiranía alienada. Pero hay otros peligros que no logramos controlar, como es el caso del terrorismo musulmán, el disparo amenazador de  misiles por Corea del Norte, las invasiones de migrantes.

Y coronando esa atmósfera de impetuosidad y de radicalismo –factores ambos muy  peligrosos– nos encontramos con un presidente, de lo que es quizá el país más importante del mundo, cuya mentalidad por momentos parece acercarse a la nazi. Y en otros momentos parece ser una persona cuyo comportamiento se aproxima a los caprichos y reacciones de un niño que está jugando con un amigo y le grita a lo largo del juego.

Vivimos en una época erizada, peligrosa, que está jugando al borde del abismo. Con un paso en falso podemos terminar en una tercera guerra mundial. Y si a toda esta atmósfera política destructiva agregamos la atmósfera ambiental que está siendo malograda a pasos agigantados con la producción de carbono de las fábricas “modernas”, puede suceder que en el futuro el planeta se vuelva inhabitable… por obra de los propios seres humanos.