(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).

Al cumplirse 100 años del natalicio de mi padre, se escribió mucho sobre él y su obra. El Comercio y CIAC ediciones –presidida por el Dr. Aníbal Sierralta– publicaron un excelente libro para festejar el aniversario de su nacimiento, ocurrido el 21 de diciembre de 1918. Él asistió a la presentación de la obra, en la que pronunció breves pero emotivas palabras de agradecimiento.

El libro contiene textos de personalidades de alta calidad intelectual y profesional, así como de miembros de la familia. Se recordó su vida como esposo amoroso, padre, abuelo y bisabuelo. Y se recordó su vida como la de un intelectual creativo que, con gran versatilidad, pasaba de la matemática y la lógica a la política y la economía, es decir, al pensamiento social en general.

También se hizo referencia a su amplio temario periodístico, a su claridad y rigor docente, y hasta a su incursión en la política, primero como ministro de Educación en el primer gobierno de , y luego como embajador ante las Naciones Unidas en Francia. Se habló de su vida deportiva, de que fue hincha de Alianza Lima porque quedó impresionado con el juego de Alejandro ‘Manguera’ Villanueva. Pero, sobre las muchas cosas de su vida, se dijo principalmente que fue un gran filósofo.

No obstante, en la vida de personalidades peruanas de dimensión mundial como la suya siempre quedan historias en el tintero. Y si bien en el libro hecho en su homenaje hay una fotografía de él entrando al distrito de Marco (Jauja) sobre un caballo de paso, lo que voy a contar no lo escribió nadie. Ni siquiera yo, que me encargué de hacer el prólogo y se me olvidó. Terrible pecado el mío, que debo confesar ahora para quedar absuelto.

Aunque usted no lo crea, mi padre fue comunero.

Cuando se desempeñaba como ministro de Educación y yo tenía 15 años, viajamos a Jauja y a Huancayo para que él inaugurara escuelas y supervisara otras. Durante el viaje, que fue por tierra, él estudiaba quechua y luego hablaba el runasimi con Ugarte, el chofer del ministerio que nos conducía raudo a través del hermoso valle del río Mantaro (que no estaba tan contaminado como ahora). En Jauja visitamos la comunidad de Marco –hoy distrito– y, tras una reunión con autoridades comunales, maestros y el resto de comuneros, mi padre fue invitado a pronunciar un discurso desde el balcón del edificio comunal que se encontraba frente a la plaza principal. Habló por casi 20 minutos sobre la importancia de la solidaridad entre los comuneros, la construcción de escuelas mediante la cooperación popular y la necesidad de empoderar a los comuneros para que puedan progresar respetando su historia, sus tradiciones y sus costumbres.

Pero lo que hizo estallar la plaza en aplausos fueron los últimos cinco minutos de su discurso en los que habló en quechua.

Este y otros episodios en los que apoyó a las autoridades de Marco motivaron que lo nombraran comunero honorario. Tanto admiraba el quechua, que le encargó a Mario Mejía Huamán, miembro de la Academia de la Lengua Quechua, que escribiera en El Dominical una columna semanal en ese idioma.

Muchos años después, un profesor local que escribió un libro sobre la historia de Marco me pidió que redactara el prólogo. Cuán grata fue mi sorpresa cuando en él mencionaba a mi padre como el comunero número uno que representaba a Marco en los congresos de filosofía y luego como presidente de la Federación Internacional de Sociedades Filosóficas.

, que ahora reposa en el cálido abrazo de la mamapacha, fue un amante del Perú profundo, sociodiverso y biodiverso.

Agradezco a todos los que escribieron sobre él, a las personalidades y a las autoridades de las instituciones que le han rendido un justo homenaje.

En cuanto a la familia, recuerdo una frase que pronunció mi bisabuelo José Antonio en memoria de Manuel Amunátegui, quien junto con Alejandro Villota fundaron El Comercio, y que puede aplicarse a mi padre: “No muere quien perdura en el espíritu de sus continuadores”.