(Ilustración: Rolando Pinillos)
(Ilustración: Rolando Pinillos)
Santiago Roncagliolo

Alguien debería explicarle al Frente Amplio, mientras pavonea su izquierdismo y su anticapitalismo con tanto orgullo, que en realidad es un partido de extrema derecha.

Mis sospechas comenzaron en junio, cuando el congresista Humberto Morales soltó aquella perla de las letras hispanas: “A mí me enseñó una cosa mi madre: las mujeres después de ser chismosas, son mentirosas”. Hay que admitir que la frase tiene mucha carga: consigue perpetuar inveterados prejuicios machistas y a la vez echarle la culpa a una mujer.

En esa ocasión, el partido comprendió que debía guardar las apariencias y abrir un proceso disciplinario al congresista. Pero más adelante, fue esta bancada la que presentó la moción de vacancia que acabó forzando el indulto de Fujimori. No contentos con permitir la liberación de un preso por atentados contra los derechos humanos, los miembros del Frente Amplio se vanagloriaron de haber “dividido” al fujimorismo. O sea, como abrirle a un ladrón la puerta de tu casa pero ufanarte de haberle escupido los zapatos. De hecho, el mismo congresista Humberto Morales, ese atleta del pensamiento, culpó del indulto a Nuevo Perú. Lo peor es que quizá se lo crea de verdad.

Por si no bastaba su inapreciable servicio al autoritarismo, esta semana el Frente Amplio se estrenó en el supremacismo étnico. Lo hizo por boca de Justiniano Apaza, que declaró, muy orondo él: “No se debe incentivar que lleguen más extranjeros al Perú”. Según las teorías de Apaza, calcadas de los mejores países –como la Inglaterra del ‘brexit’ o la Francia del Frente Nacional–, “el Estado garantizará a los extranjeros servicios sociales, de salud y educación, pese a que estos son insuficientes para los propios peruanos”. Es curioso cómo sabe desde ya lo que el Estado hará. Debe tener una bola de cristal.
Si fuese un pragmático liberal, o uno de esos derechistas tibios que solo aspiran a que la economía funcione, quizá Justiniano Apaza sabría ver la enorme oportunidad que representa la migración.

Cuando yo tuve que tramitar mi residencia en España, el sistema solo te permitía trabajar en los sectores que demandaban mano de obra (yo necesité un contrato de empleado doméstico). Y si no aportabas lo suficiente a la seguridad social, no te renovaban el permiso. Incluso si el extranjero decidía estafar al sistema con un contrato falso, era él quien pagaba. Los servicios sociales aumentaban su financiamiento gracias a los migrantes, una inyección de mano de obra joven con pocas necesidades médicas que aporta más de lo que recibe. Sin embargo, Apaza no es un suave tecnócrata. Es un derechista de la línea dura, que no duda en prender el ventilador y esparcir sus prejuicios etnicistas. En su mundo, los extranjeros traen pestes como el “desempleo”, el “abuso” y la “informalidad”, como si esas no fueran cosas que corresponde controlar al Estado Peruano. Para Apaza, no existe manera de vivir con gente diferente. Él ya ha visto el futuro.

Los peruanos deberíamos saber de migración. Nos hemos buscado la vida en el extranjero durante décadas. Hemos contribuido a crear trabajo en los países que nos han recibido, y los hemos conectado con el nuestro. Y mientras tanto, hemos escuchado siempre a los sectores más reaccionarios, como Donald Trump, culpar de los problemas a los que venimos de fuera. Es un recurso para ganar votos habitual en políticos que carecen de ideas. Pero aparte de una ofensa, es una muestra de supina ignorancia. E ideológicamente, se encuentra en las antípodas de los ideales que la izquierda dice defender.