(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Ignazio De Ferrari

Uno de los grandes fracasos en el Perú del último cuarto de siglo ha sido el colapso de los partidos políticos. En este tiempo los grandes debates que han definido al país han acusado la falta de un perfil ideológico, y la desconexión entre la sociedad y el Estado ha sido evidente. Si bien los grandes partidos de masas como los que se desarrollaron en Europa nunca se consolidaron en nuestro régimen presidencialista, existía en el pasado al menos una vocación por construir organizaciones políticas relevantes. En la democracia personalista de estos tiempos hemos olvidado de qué se trata realmente hacer partido. 

Este columnista estuvo ayer en Berlín en la apertura del Congreso Anual del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). El evento congregó a más de 600 delegados de los 16 estados federados en representación de los 443.000 afiliados. El SPD está organizado en una estructura descentralizada que responde a la naturaleza federal del sistema político alemán. Antes del congreso se recogieron las opiniones de los miembros sobre los principales temas que ocupan al partido en ocho conferencias regionales. En la jornada de ayer los delegados estaban llamados a elegir al nuevo líder y a votar la política de alianzas partidarias con miras a los próximos cuatro años.  

El congreso del SPD se realiza en un momento de duelo para una organización con más de 150 años de historia. En la elección del 24 de setiembre el partido sufrió un varapalo histórico. El 20,5% obtenido fue el porcentaje de votos más bajo en una elección nacional desde la posguerra. La de la socialdemocracia alemana es una crisis existencial: desde 1998 ha perdido 10 millones de votos, casi la mitad de su electorado. Pero es una crisis que escapa a Alemania. En toda Europa, los partidos socialdemócratas llevan varios años de dolorosas derrotas. Cuando estalló la gran recesión hace casi diez años, se esperaba que la centroizquierda recuperaría su identidad para denunciar la creciente desigualdad y al neoliberalismo como responsable de la crisis. Sin embargo, los votos han ido a parar a los extremos de la izquierda radical y el populismo derechista. 

El evento central del primer día del congreso fue el discurso de Martin Schulz, presidente del partido. Frente al mayor desafío que tiene el SPD en el mediano plazo –encontrar una razón de ser para la socialdemocracia en el siglo XXI–, Schulz abogó por más democracia interna con el fin de que todas las voces del partido se sientan escuchadas y sean parte de la renovación del partido. Pidió, además, dejar las rencillas personales para enfocarse en el trabajo programático. Si bien su discurso abordó las grandes ideas y líneas de trabajo que deben preocupar al partido, no supo recoger ideas realmente novedosas para renovar la izquierda. Schulz pareció más anclado en la socialdemocracia de toda la vida que en una que debe reinterpretar los nuevos tiempos. Igual le alcanzó para ser reelegido con el 82% de los votos. 

En medio del debate de cómo reinventarse para no ser diluidos políticamente, el SPD debe decidir si repite la coalición con la democracia cristiana (CDU) de Angela Merkel. La coalición gobernante perdió 14 puntos con respecto a la última elección del 2013, de modo que una reedición significaría no atender el mandato de las urnas. Sin embargo, es la única coalición razonablemente viable para evitar nuevas elecciones. Schulz abogó por sondear esa posibilidad y dos tercios de los delegados aprobaron iniciar las conversaciones con la CDU. El ala izquierda y las juventudes del partido se oponen enfáticamente. Cuando terminen las negociaciones –si se llega a un acuerdo de coalición–, este deberá ser sometido a todos los miembros del partido, no solo a los delegados. No se descarta que haya sorpresas.  

En el Perú los partidos nunca han tenido un número de miembros y un nivel de organización similar al del SPD, y es ingenuo imaginar que eso pueda cambiar. Sin embargo, sí se puede exigir ejercicios mínimos de transparencia política, como que los acuerdos programáticos y de alianzas sean sometidos a discusiones y votaciones internas en las que los líderes den la cara ante la opinión pública para defender sus políticas. Tampoco es demasiado pedir que las elecciones de los líderes sean a través de verdaderas elecciones internas y no selecciones a dedo por una cúpula con escasa representatividad. Si nuestras incipientes organizaciones políticas no son capaces de dar ese paso solas, es hora de recurrir a la obligatoriedad: las elecciones primarias abiertas y obligatorias pondrían a los partidos a debatir, aunque sea un poco.