Cada uno en su orilla y su propia burbuja ve lo que quiere ver. Para unos, la llamada “toma de Lima” fue un fracaso porque no congregó a mucha gente ni logró impacto alguno sobre el gobierno de Dina Boluarte y el Congreso. Para otros, se trata de una victoria, pues logró juntar, pacíficamente, a miles de ciudadanos en diversos puntos del territorio y es el supuesto inicio de un movimiento más grande para el futuro.
¿Quién tiene la razón? Pues escoja usted. Estoy más cerca de los que consideran que la marcha no cumplió su cometido. Todo sigue, básicamente, igual. No la calificaría de fracaso, ya que, en la víspera, logró la máxima atención y ansiedad del Gobierno y la opinión pública. Pensar que las movilizaciones no fueron masivas gracias a las acciones del Ejecutivo (léase “terruqueo” generalizado y control de “fronteras” capitalinas) es atribuirle al Gobierno talentos que no tiene. Dudo que ellos mismos hayan anticipado el balance final e imagino una escena nocturna, el 19 de julio, de gran alivio en Palacio.
Tampoco considero que todo deba ser palo para el Gobierno. Fuera de los errores cometidos en la víspera, logró controlar la protesta y no incurrió en abusos. Viendo los antecedentes de diciembre y enero, así como las investigaciones que enfrenta por presuntas violaciones de derechos humanos, que las marchas hayan terminado sin mayores incidentes es una buena noticia para el Gobierno y para el país. Si las autoridades no cuidan que esto se mantenga en las movilizaciones que aún continúan, corren el riesgo de gatillar nuevamente un evento que encienda las protestas.
¿Qué viene ahora? Más de lo mismo o, incluso, algo peor. Aunque (pese a todo lo ocurrido) todavía existe el espacio político para tomar acciones (establecer una agenda mínima de gobierno desde el Ejecutivo y el Congreso), es iluso pensar que los mismos actores van a llegar a resultados distintos a lo que hemos visto hasta ahora.
En siete meses de gestión, la presidenta Boluarte no ha demostrado mayor talento para llevar las riendas del país. Sin duda es mejor que su compañero de plancha Pedro Castillo, pero eso no es gran mérito tampoco. Ha logrado estabilizar en algo la gestión pública, pero ese logro es insuficiente para las múltiples demandas que el país mantiene. ¿Podemos esperar más de ella? No mucho, pero ojalá que, al menos, tenga reflejos para rodearse mejor. Eso sería un gran avance. Juega a su favor el deseo de muchos de estabilidad política luego de tanta convulsión y podría tratar de capitalizar en algo esa aspiración.
¿Podemos esperar algo mejor de este Congreso? La verdad que no. Las mejores semanas en lo que va de su gestión han sido estas últimas. Justamente, aquellas en las que no ha sesionado el pleno y no hemos tenido que sufrir sus leyes y escándalos. No estoy planteando que no exista un Parlamento, solo anoto que, salvo los propios congresistas y sus trabajadores (a los que no les han “mochado el sueldo”), dudo que alguien valore lo que hacen. Aunque nosotros los escogimos, la mayor parte del tiempo los sufrimos. Hay, sin duda, excepciones a la regla, pero el balance general es más que negativo. ¿Si esto es así, por qué esperar algo distinto de ellos en los próximos meses?
Que Podemos Perú sea el aparente ‘pívot’ de las negociaciones para la conformación de la nueva Mesa Directiva pinta bien la cancha de lo que se viene. Populismo barato y mercantilismo. Esa bancada es un buen reflejo de lo que es el Parlamento.
Ante este amargo panorama, sorprende que no surja todavía una figura que capitalice el descontento ciudadano. Para el lado de la indignación o el de la esperanza. El terreno está servido.