El poder de la verdad, por Gonzalo Portocarrero
El poder de la verdad, por Gonzalo Portocarrero
Redacción EC

Con la verdad sucede algo curioso, pues nada es más fácil que rechazarla. Y, mientras tanto, nada es más arduo que buscarla y comprometerse con las consecuencias de haberla encontrado. Negar la verdad es sumergirse en las consoladoras ilusiones, no vivir plenamente. En cambio, escarbar la superficie de la realidad requiere coraje, tomar riesgos, pues en el camino nos hallamos con situaciones que duelen, que son difíciles de aceptar. Pero la promesa de la verdad es vasta, ya que una relación más sincera con el mundo y con nosotros mismos nos coloca en la vía de una vida más intensa y fecunda, menos asediada por el miedo y la evasión compulsiva.

Esta es una de las ideas medulares de “”, la última y lograda novela de (Lima, Ceques Editores, 2013). Ariel es un médico profesionalmente exitoso pero personalmente desasido, sin vínculos que lo entusiasmen, que le permitan mirar con alegría el mañana. Algo está buscando aunque no sepa exactamente qué. Su padre fue un guatemalteco comprometido con su país. Y su madre una inglesa emocionada con la posibilidad de ayudar en el Tercer Mundo. Y a Ariel, en medio de su lasitud y apatía, le llega un mensaje que lo despierta. Se trata de unos apuntes que su padre, ya fallecido, escribió en las últimas hojas de su primer cuaderno escolar. Este texto es una confesión que revela una verdad que el padre no se atrevió a compartir. Se trata de un esclarecimiento personal, pero también una solicitud de ser comprendido a la vez que un llamado a que tome riesgos, a que se ponga en marcha, tal como él mismo lo hizo. Y, en efecto, estos apuntes transforman la vida de Ariel, pues le revelan una faceta que va más allá del hombre amable que devotamente acompañó y guio su infancia. 

El cuerpo de la novela es el peregrinaje de Ariel en pos de comprender esa historia inesperada de su padre. Y ese peregrinaje es una inmersión en la historia de Guatemala. Especialmente de la terrible guerra civil que la castigó de 1960 a 1996. Ciento cincuenta mil muertos y 45.000 desaparecidos: según el informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, publicado en 1999, el 93% de los crímenes fueron cometidos por las Fuerzas Armadas, el 3% por las guerrillas y el 4% restante por personas no identificadas. Se trata, pues, de una realidad muy diferente a la peruana, pues allá el conflicto significó ante todo la agresión de las fuerzas armadas y los paramilitares de los grandes hacendados contra el desposeído pueblo maya. Pacheco Medrano integra el drama del padre de Ariel como parte de una guerra que no deja lugar a la neutralidad y la abstención. En todo caso la posibilidad es el exilio. Esta es la opción de León, el padre de Ariel. Pero alguna vez, teniendo su familia segura en Inglaterra, regresa a Guatemala. Y es sobre este regreso que trata el texto que su hijo descubre. En todo caso, Ariel saldrá fortalecido del contacto con la verdad de su padre. 

Hay otra reflexión que tiene la misma centralidad en la novela. Es el intento de esclarecer las raíces del mal, del desprecio por la vida y del goce en el sufrimiento ajeno. Una de sus fuentes es la soberbia y el racismo de los grandes terratenientes. Acostumbrados a manejar el país como si fuera su chacra, no toleran la resistencia del pueblo maya al que sojuzgan sin piedad. Y otra de sus causas es el arribismo de quienes se ofrecen como verdugos para ir escalando posiciones de prestigio, con las respectivas recompensas económicas. A la larga, insinúa la autora, el protagonismo del mal termina en manos de los esbirros. Creyendo tener la situación bajo control, los terratenientes organizan una fuerza que revertirá contra ellos y que llevará a una metástasis de la delincuencia y del sicariato. 

Es admirable el talento narrativo de Karina Pacheco Medrano. La proliferación de distintas líneas narrativas, que se unen y se separan, y el ir y venir entre épocas distintas: la manera de contar de la autora hace que la novela sea como un rompecabezas que se va armando sorpresivamente ante nuestros ojos. Y cada nueva pieza que introduce altera el rumbo de la historia. Entonces, el suspenso es permanente y el lector no anhela más que continuar mientras aprecia que la agilidad del ritmo no impide la profundidad con que la autora nos cuenta una historia donde se dan la mano el horror y la redención.