Hablemos de sexo, por Alfredo Torres
Hablemos de sexo, por Alfredo Torres
Alfredo Torres

Sin duda el lema #conmishijosnotemetas es atractivo. A cualquier padre de familia le inquieta que alguien agreda o intente manipular a sus hijos. Sin embargo, una mirada más serena de las demandas del movimiento que se ha organizado alrededor de ese lema encuentra muy poco asidero a sus inquietudes. El currículo escolar promueve la igualdad de género y no la ideología de género que ellos temen. Por ello, es profundamente descabellado plantear la censura de la ministra Marilú Martens, reconocida educadora y madre de familia ejemplar, para más señas, como lo vienen haciendo en redes sociales; o la insurgencia popular y la vacancia del presidente Pedro Pablo Kuczynski, como planteó esta semana el inefable congresista evangélico Moisés Guía.

En efecto, de la lectura del centenar de páginas del currículo educativo solo se desprende que el ministerio pide a los maestros que promuevan derechos, deberes y oportunidades iguales para hombres y mujeres. Cuando pide no reforzar estereotipos masculinos y femeninos se refiere a evitar generalizaciones prejuiciosas como que las mujeres son más débiles o los hombres menos sensibles, porque puede haber mujeres fuertes y hombres sensibles, y no por ello deben ser objetos de ‘bullying’. Quizá la única referencia indirecta a la homosexualidad está en que se debe respetar la orientación sexual de cada niño. Es decir, que no se les debe acosar o golpear por su naturaleza. 

El quid del asunto está precisamente en este aspecto, porque lo que más repele a los sectores que combaten lo que llaman la ideología de género es que temen que sus hijos puedan volverse homosexuales, como si la homosexualidad fuese una enfermedad contagiosa o pudiese ser aprendida en un curso. Probablemente desconocen que desde 1975 las sociedades americanas de psiquiatría y psicología suprimieron la homosexualidad como trastorno mental o emocional. Y que la Organización Mundial de la Salud resolvió lo mismo en 1990. La homosexualidad es una orientación individual, no una preferencia que pueda adquirirse, como debería ser evidente para cualquier heterosexual común y corriente.

Desde que la comunidad científica llega a un consenso hasta que este es aceptado socialmente suele pasar un tiempo y las instituciones religiosas, lamentablemente, toman demasiado tiempo en aceptarlo. Galileo demostró que la tierra giraba alrededor del sol en el siglo XVII, la Inquisición lo silenció y la Iglesia Católica recién le pidió perdón a fines del siglo XX. La mujer consiguió el derecho al voto a mediados del siglo pasado y ya produjo estadistas de la talla de Margaret Thatcher o Angela Merkel, pero todavía la Iglesia Católica y la mayoría de las religiones no le permiten acceder a cargos directivos o administrar todos los sacramentos.

Sería injusto decir que las creencias religiosas no evolucionan. Durante la Edad Media y hasta el siglo XVIII fueron quemadas vivas decenas de miles de mujeres acusadas de brujería. Hasta mediados del siglo XX los judíos fueron maltratados acusados de ser los descendientes de los asesinos de Jesús. Sin embargo, ambos abusos fueron combatidos desde dentro de la propia Iglesia Católica y finalmente las ideas extremistas fueron derrotadas. La conciliación con los judíos se firmó recién en 1974, como consecuencia del Concilio Vaticano II. 

El mundo sigue siendo mayoritariamente hostil a los homosexuales. Según encuestas de Ipsos, el 44% los considera inmorales y la mayoría se opone a la unión civil. Esta percepción se eleva a 78% en Turquía y a 93% en Indonesia y la pregunta ni siquiera se puede hacer en algunos países de mayoría musulmana, donde la homosexualidad, como el adulterio, son ilegales y pueden ser penados hasta con la muerte. Inversamente, la percepción de inmoralidad es menor a 10% en la mayor parte de Europa.

Un dato que debería hacer reflexionar a los que creen que el enfoque de género en la educación perjudica a sus hijos es que los países que aplican este enfoque y que, como consecuencia, son más respetuosos hacia las minorías homosexuales son, al mismo tiempo, los países con mayor índice de desarrollo humano y menor violencia: Europa occidental, Canadá, Uruguay. 

En cuanto a las personas conservadoras que combaten el enfoque de género por convicciones religiosas, deberían preguntarse si existe algún estudio serio que permita sostener que los homosexuales son intrínsecamente más violentos o menos generosos que los heterosexuales. La verdad es que la bondad, cualidad esencial para un cristiano, puede desarrollarse en cualquier persona y su orientación sexual no tiene nada que ver. En cambio, la maldad, que se expresa brutalmente en la pedofilia o las violaciones, sí puede alimentarse del machismo y la homofobia, que es lo que el enfoque de género en la educación procura evitar