Un homosexual en Disneylandia, por Santiago Roncagliolo
Un homosexual en Disneylandia, por Santiago Roncagliolo
Santiago Roncagliolo

La campaña de discriminación Con mis Hijos no te Metas tiene un nuevo enemigo. No es el lobby gay internacional, que pugna por convertir a nuestros hijos en pecadores. Ni el Ministerio de Educación, ese nido de lujuria. Este rival es mucho más fuerte que el mismísimo Satanás. Es Disney.

Acaso inspirada por “Caperucito Rojo”, aquella fábula luciferina, la productora de los mayores éxitos del cine familiar ha ido aún más lejos: en su nueva película, “La bella y la bestia”, uno de los personajes es homosexual.

La historia del afeminado Lefou es conmovedora. Trabaja como asistente de un villano que acosa a Bella, la amenaza con arruinarla si no satisface sus apetitos, chantajea a su padre y atenta violentamente contra toda la familia. Lefou es consciente de la maldad de su patrón, pero está muy enamorado de él, y sus sentimientos le impiden denunciar sus crímenes. Sin embargo, acabará desencantado de ese canalla, y pasándose al bando de los buenos. En el baile final, se pondrá a bailar con otro chico. Quizá con él, al fin, encuentre el amor que desea.

En realidad, para notar todo esto, hay que estar bien atento. El público desprevenido  puede perfectamente suponer que Lefou admira a su jefe de manera inocente. Y la toma del baile dura menos de un segundo, casi imperceptible en medio de la algarabía general. Al salir del cine, mi hijo preguntó: “Papá, ¿y dónde estaba el gay?”.

En su primer fin de semana, “La bella y la bestia” rompió el récord de taquilla del 2017.  Contando toda la historia de los estrenos cinematográficos, destrozó la marca en películas infantiles y alcanzó el segundo puesto en musicales después de “Grease”.

A pesar de ello, la brevísima historia de Lefou ha bastado para censurar la película en varios países. Kuwait se niega a exhibirla. Malasia ordenó cortar todas las escenas que pudiesen prestarse a interpretaciones, digamos, poco ortodoxas. Y en Rusia, la película fue clasificada para mayores de 16 años. La lista de países censores nos da una idea de la clase de gobierno autoritario y fundamentalista que haría felices a nuestros homófobos patrios.

Todos esos adoradores de la testosterona deberían leer el ensayo “La bruja debe morir”, de Sheldon Cashdan. Cashdan investiga por qué, con el paso de los siglos, los clásicos cuentos de hadas siguen fascinando a grandes audiencias (Disney tiene casi veinte en lista de espera). Para ello, realiza un agudo análisis del efecto psicológico que esas historias causan en los niños.

Contra nuestra idea de los cuentos de hadas como fantasías inofensivas, Cashdan recuerda que fueron diseñados para mostrar los lados más oscuros del ser humano. La madrastra que manda asesinar a Blancanieves por envidia de su belleza representa una atroz advertencia contra los peligros de la vanidad. Hansel y Gretel pecan de gula, y encuentran una bruja dispuesta a comérselos vivos. Pulgarcito hace que el gigante decapite a sus propios hijos, y luego le roba. Evitaré extenderme en las descripciones de descuartizamientos y canibalismo. 

Y eso que los cuentos que han llegado hasta nuestros días son los más suavecitos. Uno de los recopilados originalmente por Charles Perrault, “Piel de asno”, incluye escenas de incesto y un burro que defeca piezas de oro.

La homosexualidad no es un crimen. Es solo una manera de ser. El acoso sexual, el asesinato y la mutilación de cuerpos humanos sí que son actos voluntarios reprobables y bastante repugnantes. Si te escandaliza un baile entre dos hombres pero no centenares de psicópatas, el que tiene una enfermedad moral eres tú.