La importancia de la sensibilidad, por Pedro Suárez-Vértiz
La importancia de la sensibilidad, por Pedro Suárez-Vértiz
Pedro Suárez Vértiz

era un tipo bastante conocido en mi universidad. Luego estudió en Europa. Años después su popularidad se hizo internacional. Esta semana atendió gentilmente mis preguntas:

Fuiste un adolescente músico y aprecias la pintura, el cine y la lectura. ¿De dónde te viene esa sensibilidad por el arte?
Tuve un profesor inolvidable en el colegio: el maestro Tarazona. Desde niño, fue él quien me acogió e introdujo en el mundo del arte. Me entrenó en el canto, los instrumentos y para las actuaciones en vivo en el auditorio del colegio. Incluso me llevaba a su casa a ensayar con su familia. Practicábamos canciones y armonías mientras su esposa nos traía minihotdogs con mostaza Libby’s en pancitos tolete. Fue él quien despertó en mí la curiosidad, y luego el amor, por el arte.

¿Seguías a algún artista o banda?
Queen, Ramones, The Clash, The Kinks, Dire Straits, The Cars y muchos más. Hasta tenía una banda con la cual tocaba sus canciones en el garaje de mi casa. Luego dejé el grupo para estudiar fuera del país. Me reemplazó Diego Bertie y con él la banda se convertiría en Imágenes, y se haría famosa.

En el rock y el pop se considera a los años 50, 60, 70 y 80 como décadas particularmente agraciadas, en comparación con lo posterior. ¿Qué opinas al respecto?
Me sorprendo cuando escucho a mis hijas tararear canciones con las que crecimos en los 70 y los 80. Cuando tocan esos temas en las radios, y siento su carácter atemporal y universal, me doy cuenta de que, efectivamente, aquellas épocas fueron años de producciones difíciles de superar. Río, Frágil, Dudó, Imágenes, Miki González, Arena Hash, etc., tenían canciones con coros que enganchaban al oyente. Hoy es difícil hallar es- tribillos llamativos. ¿Piensas que la inspiración –o el instinto estético– puede enseñarse? La inspiración está –a mi juicio– asociada a una profunda sensibilidad. Por ejemplo, un cocinero –que ha nacido para ser cocinero– va por la vida observándola con ojos de cocinero. Un semáforo es para él una raspadilla; un revolcón de ola, un cebiche; el retumbar de un cajón, un tacu tacu. Si bien la inspiración se puede entrenar y desarrollar, creo que debe haber un oído –o sensibilidad– natural. Como una música que retumbe en tu cuerpo y con la cual se nace.

¿Mantienes tus gustos musicales desde siempre o han mutado a través de los años?
Los mantengo y más bien he ampliado mis gustos a todo género musical. La buena música está en todos los estilos: la clásica, el folclore, el rock, el reggae, la salsa, la música criolla, la andina.

Para poder internacionalizar canciones mías con instrumentos andinos, tuve que adaptar su producción al oído de afuera. ¿Piensas que toda ‘exportación’ de lo peruano –artesanía, folclore, turismo, comida– necesita igualmente adaptarse?
Hoy ya no tanto. La gente quiere probar en Singapur un cebiche como es en el Perú. Antes la gente era temerosa de lo desconocido. Solo quería lo que ya conocía. Hoy se levanta, se conecta y descubre que allí afuera hay un mundo mágico y diverso que quieren conocer, escuchar, vivir, probar. Dicho esto, lo que hay que hacer es evitar aquellos terrenos en los que lo nuestro toca venas sensibles negativamente. En una ciudad como París, en donde el cuy es claramente una de las mascotas preferidas, servir uno chactado sería un error. Hoy la autenticidad es una virtud en la cocina, por ejemplo. Se trata de deslumbrar con aquel repertorio nuestro que la gente más valoraría de acuerdo con el lugar a donde vamos, en el momento que llegamos.

Tienes buena pluma, eres fluido y no aburres. Aparte de tus libros de oficio, ¿siempre has escrito? ¿Tienes otros géneros literarios planeados?
Además de crónicas, escribo poemas, pero son muy malos. Espero escribir en algún momento una novela y un testimonio de lo vivido. No lo he hecho todavía porque siento que no tengo aún la habilidad que me gustaría encontrar. Espero aparezca pronto.