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No toda ofrenda es buena para un apu
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No toda ofrenda es buena para un apu

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La reciente decisión del Gobierno Regional de Junín de cerrar indefinidamente el acceso turístico en el Área de Conservación Regional , que alberga al pico del mismo nombre, nos anticipa lo que ocurrirá en otros ecosistemas de montaña frágiles por causa del calentamiento global. Dicha polémica determinación, si bien ha tomado de sorpresa a las comunidades locales, a los operadores turísticos y a otros grupos del sector servicios, intenta responder a la declinante dinámica glaciar presentada por el nevado Huaytapallana: si en 1993 poseía una cobertura glaciar de 22,8 km2, en el 2023 esta retrocedió a 13,32 km2, o sea más del 40% en ese período.

Tendencia parecida muestran otras cadenas montañosas de altitud que antaño almacenaban hielo y nieve, como La Viuda (Junín y Lima) o Huanzo (entre Apurímac, Arequipa y Cusco), ahora en penosa retirada. Casos más deplorables han sido las otrora cordilleras nevadas de Barroso (Moquegua y Tacna) y Volcánica (Arequipa y Moquegua), hoy extintas.

Hay consenso en la comunidad científica en que la condición de fondo que afecta a los picos mencionados es la elevación global de las temperaturas promedio, producto del cambio climático. Sin embargo, al caso del Huaytapallana –cuya densidad y profundidad de sus nieves vienen perdiéndose– se añaden otros elementos concurrentes que agravan su estado: turismo sin control, sobrepastoreo, acumulación de hollín y de residuos sólidos, lo que se hace más crítico con una gestión ambiental deficiente o virtualmente ausente. Su condición de cabecera de cuenca de la cada vez más demandante ciudad de Huancayo no ha sido suficiente para obligar a acciones más firmes y efectivas, señal de que los servicios que un ecosistema suministra a la sociedad no son compensados adecuadamente por sus beneficiarios.

Pero el Huaytapallana no solo es un recurso paisajístico, un ecosistema de montaña rodeado de páramos o un accidente geográfico susceptible de una mirada exclusivamente científica. Es, también, el apu sagrado de los wankas, un cerro protector, tutelar, un espacio de peregrinación de gran significado simbólico tanto para las poblaciones que se asientan en su zona de influencia como para aquellos foráneos que buscan colmar sus necesidades espirituales. Así, entonces, lo que está ocurriendo en esta zona del país grafica una situación por la cual las diversas formas de religiosidad expresadas en ofrendas y culto hacia una montaña originan en esta, paradójicamente, un conjunto de impactos que afectan su dinámica glaciar, ya trastocada por el cambio ambiental global. Toda una contradicción que ahora el Gobierno Regional de Junín ha querido revertir con una prohibición de la que no se conoce un respaldo científico validado ni un consenso político firme, pues hay voces discordantes que señalan no haber sido notificadas ni consultadas. Curanderos y comerciantes, por ejemplo, cuestionan que esta medida se aplique a pocos días de la tradicional fiesta de Santiago Apóstol, que tanta dinámica comercial, ritual y económica genera en la provincia.

Cerrar el acceso al área de conservación puede ser un gesto de alerta simbólico, expresivo de la ausencia de un manejo integral de los nevados por todos estos años. Pero la mejor ofrenda que se le puede entregar a un apu en declive es aquella que incluya reforestación, educación ambiental, ecoturismo responsable, gestión de residuos, con plena incorporación de prácticas ancestrales y conocimiento tradicional. Los dioses de las montañas sagradas lo valorarán.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Fernando Bravo Alarcón es Sociólogo de la PUCP

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