Piero Brescia dio una entrevista a radio Capital. (Facebook)
Piero Brescia dio una entrevista a radio Capital. (Facebook)
Elda Cantú

Noël Godin es un anarquista belga conocido como el “terrorista de las tartas”. El historiador y productor de cine –un setentón de pelo blanco y juveniles cejas oscuras– es más conocido por humillar a famosos en público que por los filmes que ha producido. Entre sus víctimas más memorables estuvieron el canciller alemán Helmut Kohl, el filántropo Bill Gates cuando aún era el hombre más rico del mundo y, más recientemente, Nicolas Sarkozy.

La práctica no es nueva: los políticos que más perduran en la esfera pública se acostumbran a recibir tantos insultos como aplausos. “A Nerón le lanzaron cebollas en el coliseo. El primer ministro canadiense, Jean Chrétien, fue víctima de una brigada de pasteleros anarquistas. Arnold Schwarzenegger, en su papel de gobernador de California, fue bombardeado con huevos. George W. Bush recibió el zapatazo de un periodista en Iraq”, recordaba el periodista Inti Landauro en un perfil del 2011 sobre Godin. Para el “terrorista de las tartas”, una herida en el ego perdura más que el daño físico.

La semana pasada, se discutía si era adecuado o desproporcionado vestir a con un chaleco que decía DETENIDO o humillar a la congresista en un video grabado por un ciudadano mientras ella estaba junto a su pequeño hijo. Aunque la humillación pública es un riesgo de la profesión para los políticos, las estrellas de cine y los deportistas profesionales, esta no surte siempre el mismo efecto.

La antropóloga y folclorista Ruth Benedict, autora de “El crisantemo y la espada”, al escribir sobre el concepto de vergüenza en la sociedad japonesa, ayudó a difundir las categorías en las que los antropólogos de la cultura dividen a las sociedades. Según este campo del saber, existen culturas de la culpa, de la vergüenza y del miedo, y de acuerdo con esta orientación pueden explicarse distintos comportamientos, etiquetas, normas sociales y leyes. Un buen mecanismo de control social responde y se aprovecha del miedo, la vergüenza y la culpa según sea el caso.

Brené Brown, una profesora de psicología de la Universidad de Houston más conocida por sus charlas en TED sobre el poder creativo de la vulnerabilidad, ayuda a entender el matiz de diferencia entre la vergüenza y la culpa: “La vergüenza es un enfoque en uno mismo, la culpa es un enfoque en el comportamiento. La vergüenza es ‘yo soy malo’. La culpa es ‘hice algo malo’ –dice en una charla del 2012–. Culpa: lo siento. Cometí un error. Vergüenza: lo siento. Soy un error”.

Conocer la diferencia importa en esta era del ‘public shaming’, ese linchamiento mediático del que todos somos capaces y al que todos estamos expuestos gracias al poder de las redes sociales. El periodista británico Jon Ronson explora el resurgimiento de las lapidaciones sociales en la era de Internet en su ‘best seller’ “So You’ve Been Publicly Shamed” y explica que en las redes sociales vivimos en un estado constante de drama artificial en donde “cada día una nueva persona surge como un héroe magnífico o un villano malvado”. Ronson recomienda abandonar este ejercicio en la medida de lo posible. Y es que aunque exponer a un político, un mal conductor o a otro tipo de infractor a la vergüenza pública de su comportamiento puede resultar un modo exprés de saciar un sentimiento colectivo de injusticia, el oprobio no es un mecanismo legítimo de justicia. La doctora Brown, por cierto, advierte que la vergüenza está altamente correlacionada con la violencia, la depresión, el ‘bullying’, la agresión y el suicidio. La correcta búsqueda y asignación de culpabilidad, por otro lado, ayuda a que quienes resulten responsables se hagan cargo de sus malas acciones sin una carga desproporcionada de humillación.