El enfrentamiento entre Fuerza Popular y el bloque liderado por Kenji Fujimori se ha manifestado en las últimas semanas a través de denuncias constitucionales, cartas notariales y pedidos de disculpas. (Archivo El Comercio)
El enfrentamiento entre Fuerza Popular y el bloque liderado por Kenji Fujimori se ha manifestado en las últimas semanas a través de denuncias constitucionales, cartas notariales y pedidos de disculpas. (Archivo El Comercio)
Fernando Rospigliosi

La aprobación de la acusación constitucional contra y dos de sus adeptos involucrados en los ‘kenjivideos’ en la comisión respectiva del Congreso parece implicar el fracaso del intento de amenazar y negociar con su hermana para evitar una sanción radical. Y también la derrota de Alberto, que trató por todos los medios de lograr una reconciliación entre los hermanos.

Cuando Kenji dio a entender que tenía evidencias que comprobarían la entrega de dinero de a la campaña fujimorista del 2011, y que las proporcionaría a las autoridades, despertó el entusiasmo de los antifujimoristas convertidos en antikeikistas, que saludaron con salvas de aplausos a su nuevo héroe. Incluso visitó al fiscal de la Nación para tratar el tema. Pero todo era un bluf. No tenía nada. O si tenía algo, quizá no podía entregarlo porque también lo comprometía.

Pero su entorno prosiguió con la farsa por un tiempo, para mantener vivo el respaldo que había conseguido en los antikeikistas, haciendo creer crípticamente que había proporcionado cierta información muy valiosa sin hacer mucho aspaviento. En realidad, había entregado datos sin importancia y que ya estaban en manos de la fiscalía.

Sin Pedro Pablo Kuczynski (PPK) en el gobierno para respaldarlo, con su reputación e influencia política demolidas por su imprudente participación en la compra de votos para evitar la vacancia, sin partido con inscripción vigente, su situación es más que precaria. Sus posibilidades de convertirse en un líder nacional con fuerza propia, por lo menos hasta el 2021, son prácticamente inexistentes. Su intención de desgajar una significativa tajada de Fuerza Popular en las elecciones regionales y municipales de octubre se ha reducido a su mínima expresión. Algún daño les podrá hacer, si pone empeño, pero nada importante.

En suma, la derrota de Kenji en esta batalla ha sido devastadora, y el triunfo de Keiko sobre su hermano y su padre, completo.

Pero el precio que ha tenido que pagar Keiko ha sido altísimo y pone en cuestión, desde ahora, sus posibilidades electorales para el 2021.
En primer lugar, porque ha sido una lucha fratricida y parricida por el poder. Es decir, no ha sido una pelea por un objetivo político valioso, de cualquier tipo: nacionalización o privatización de algún bien, aumento o disminución sustancial de impuestos, reforma política, lucha anticorrupción, etc.

La suerte del gobierno de PPK, no hay que olvidarlo, ha estado inextricablemente unida a la de Alberto Fujimori. Las estrategias de ambos hermanos divergían y llegaron a la colisión por el indulto al patriarca de la familia.

Ambos hermanos, por supuesto, han intentado usar el aspecto emocional de la pugna en su favor. Cada cierto tiempo, alguno de ellos publica enternecedoras imágenes con su padre o con su madre, tratando de demostrar que son buenos hijos y tienen el respaldo de sus progenitores. Pero la reiteración de ese recurso termina desgastándolo, y en ningún caso puede cubrir la evidencia del feroz enfrentamiento por el poder.

En segundo lugar, porque los 20 meses de sistemáticos y persistentes ataques del keikismo al gobierno de PPK finalmente acabaron expulsándolo, pero a costa de una sustancial caída del respaldo de la ciudadanía a Keiko, a su partido y al Congreso dominado por ellos (calificado con 07 sobre 20 en la última encuesta de Datum).

Si bien eso se ha revertido ligeramente por el respaldo que ahora brindan al presidente Martín Vizcarra, difícilmente recuperarán la aprobación que tenían al comenzar el período, en el 2016.

En tercer lugar, su bancada se fracturó y perdió la mayoría absoluta del Congreso. Ahora tienen que negociar para muchas cosas, como por ejemplo, para la siguiente elección de la Mesa Directiva. O, más inmediatamente, para lograr los votos con los que expulsar a Kenji y sus socios. Y no la tienen segura, en ningún caso.

Finalmente, y lo más importante para ellos, Keiko, a pesar de su victoria, ha quedado desgastada y su imagen como posible presidenta en el 2021 es, por lo menos, borrosa. Y no obstante todos los esfuerzos de sus partidarios para defenderla, está involucrada en el Caso Lava Jato en la percepción de la opinión pública, que es lo importante –así logre sortear las investigaciones judiciales– para una elección.

Keiko Fujimori logró levantar un partido sobre las cenizas de la herencia de su padre y obtuvo resultados satisfactorios en las dos últimas elecciones. Pero tendría que reinventarse completamente para tener éxito en el 2021, en la que probablemente sea su última oportunidad.