En la primera vuelta, Pedro Castillo se hizo del primer lugar con 10,8% de los votos de los electores hábiles y su partido logró ocupar 37 de las 130 curules disponibles en el Congreso. En la segunda, le ganó a Keiko Fujimori con el 34,94%, el nivel de representación más bajo de los últimos 30 años, según ha informado la Unidad de Periodismo de Datos de El Comercio. La suya, en simple, fue una victoria pírrica que cumplió ajustadamente con los requisitos para concretarse, algo muy lejano del estallido de fragor popular con el que el presidente y su equipo hubiesen soñado.
Pero el jefe del Estado actúa como si esto último hubiese ocurrido. Y tanto él como sus colaboradores más cercanos se comportan y expresan con una arrogancia que desentona con su precaria posición política, descrita por el hecho de que ya tiene más desaprobación que aprobación (41% y 39%, respectivamente, según Datum) y por la existencia de un Parlamento en el que Perú Libre no tiene mayoría y que ya está harto consciente de que el Gobierno se sacó los guantes apenas se instaló. En fin, hay mucha lata para muy poco atún.
Así, aupado por la ficción de que el suyo es un gobierno “del pueblo” y no un efluvio más de la resistencia al fujimorismo, Pedro Castillo se muestra como un déspota. ¿Transparencia y rendición de cuentas? Eso no es lo suyo, por eso trabajó varios días fuera de Palacio y, en consecuencia, lejos de los ojos vigilantes que la sede de gobierno trae consigo, so pretexto de luchar contra el colonialismo que (según él) representa el edificio. ¿Moderación y consensos? Eso tampoco es lo suyo, por eso colocó a un primer ministro, Guido Bellido, homofóbico y misógino investigado por apología al terrorismo y hasta a una reliquia de la Guerra Fría en la cancillería, Héctor Béjar, que afirma (sin pruebas ni vergüenza) que Sendero Luminoso es, “en gran parte”, obra de la CIA. ¿Gente capacitada en puestos clave? Tampoco, esos son caprichos burgueses cuando lo importante es copar el Estado. El mandatario incluso se dio el lujo de postergar una cita con el presidente del Banco Central de Reserva (al que supuestamente quiere mantener en el puesto) mientras el sol surca los suelos y la canasta familiar se encarece, todo para reunirse con Virgilio Acuña, ‘proxy’ de Antauro Humala.
La pose del maestro rural humilde y tendiente a la moderación duró tanto como la campaña y fue reemplazada por la realidad: un presidente disfrazado de Evo Morales que se ha puesto en curso de colisión con el Parlamento. Pero es claro que si el Legislativo actúa con sensatez, el “gabinete de choque” del Gobierno se empotrará contra una pared. Y ahí está el tema.
Pedro Castillo ya dilapidó su capital político. No tiene las calles, aunque quiera creer que sí, y su fantasía de cambiar la Constitución solo la secunda el 32% del país (El Comercio-Ipsos). En ese escenario, el Legislativo tiene las de ganar frente a un Ejecutivo matón. Pero ello dependerá de cuán bien sepan organizarse en el hemiciclo y cuán atinados sean al mover sus fichas. Las peleítas absurdas en la oposición, como la que ha desembocado en la escisión de Renovación Popular, son un claro autogol en una coyuntura donde el foco tiene que estar en mantener en línea al inquilino de Palacio.
Pero el punto es que, como diría el doctor House, “la arrogancia hay que ganársela” y el Gobierno no lo entiende. Aún tiene oportunidad para enmendar el camino si se deshace de este Gabinete. Si no lo hace, su único choque será con la realidad.