Lecciones colombianas para peruanos, por Carlos Meléndez
Lecciones colombianas para peruanos, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

Ningún otro país latinoamericano discute los resultados del reciente plebiscito colombiano como el Perú. Nuestras grandes similitudes –enfrentar conflictos armados internos donde se enquistan poderes ilegales como el narcotráfico– y la vecindad erizan nuestras sensibilidades. Somos dos países divididos políticamente por conservadurismos –fujimorismo y uribismo– que despiertan pasiones capaces de cruzar las fronteras con facilidad. Precisamente, soy de los que piensa que la victoria del No en Colombia es un resultado auspicioso para enfrentar sin atajos una polarización que debe resolverse más temprano que nunca. El Colombia posplebiscito tiene la oportunidad de evitar ser el Perú de hoy.

En primer lugar, la victoria del No le otorgó legitimidad social al uribismo, hasta entonces actor excluido del acuerdo, con razón o por prejuicio. Cuando los peruanos nos planteamos los retos de la justicia transicional, el fujimorismo fue sepultado por las élites que dirigieron la transición; no tuvieron representación corporativa en la Comisión de la Verdad ni sillón en el Acuerdo Nacional. Al fujimorismo le ha costado demostrar que puede ser un actor leal a las reglas democráticas; hasta el momento se duda de su conversión. Al uribismo no se le podrá excluir más de las postales reivindicativas de la historia.

En segundo lugar, los colombianos decidieron que las FARC –a pesar de sus crímenes– merecen participar políticamente en los asuntos del país. Hasta el uribismo –reticente al inicio– accedió a esa prerrogativa, confiando en que languidezcan en las urnas (como sucedió con el M19). En el Perú no nos atrevemos siquiera a discutir esa posibilidad, aunque bien podría la izquierda formal peruana plantear la participación política de ex subversivos en un frente amplio capaz de atenuar sus impulsos extrasistémicos. No se trata solo de llevarlos a la librería El Virrey a presentar sus memorias.

En tercer lugar, la disputa entre el Sí y el No se ancla en una división entre élites que logra calar en el electorado –como me explicó el colega Felipe Botero–. Las élites colombianas de derecha e izquierda comparten el respeto a la tradición republicana. El uribismo es un conservadurismo institucionalista –o al menos ha girado hacia esa proyección– mientras que un sector recalcitrante del fujimorismo sigue atrapado en su pasado autoritario. El fujimorismo sigue jugando el rol de anti-establishment que puede dar réditos electorales hasta cierto punto, pero no garantiza el respeto a una cultura democrática.

Además, el resultado del plebiscito colombiano nos alerta de las inesperadas consecuencias del avance de ciertos ‘issues’ progresistas en la opinión pública. Enfoques de equidad de género y protagonismos de funcionarios abiertamente homosexuales generaron en Colombia reacciones defensivas en sectores conservadores –como iglesias evangélicas– que se plegaron a la campaña del No. Los valores y creencias tradicionales han demostrado –en Colombia y el Perú– que tienen capacidad y recursos para la movilización, la influencia en el debate público e identidad arraigada en las masas. Sus estrategias son una suerte de macartismo social que cataloga cualquier reivindicación progresista como “dictadura homosexual”, “lobby gay” o “ideología de género”. El tradicionalismo es potente y, contra quienes sostienen que es cuestión de tiempo su desaparición, tiene la habilidad para encontrar aliados políticos que aseguran su subsistencia.

Finalmente, para quienes discuten la pertinencia del voto voluntario en el Perú, el comportamiento de los colombianos el pasado domingo puede alertarnos en doble sentido. Por un lado, la baja participación restaría legitimidad a los procesos electorales que convengamos y, por otro lado, no necesariamente saldría a votar el ciudadano más instruido y cívico, sino aquel con más identidad y envuelto en redes de activismo. En ese sentido, el voto voluntario beneficiaría más al fujimorismo, cuya capacidad de organización lo erige como el único partido popular en el país. Si usted sigue pensando que los fujimoristas se activan por un táper de comida, es porque sigue en su burbuja de ‘Eisha’ o porque quiere seguir viviendo en el engaño. Es así que los colombianos, ante un resultado inesperado, han decidido discutir públicamente sus rencores y sueños; mientras los peruanos seguimos atrapados en nuestros tabúes y pesadillas.