En octubre pasado especulaba aquí sobre cómo votarían dos lugares que en elecciones pasadas han apoyado mayoritariamente opciones políticas contrapuestas: el departamento de Lima (especialmente la provincia de Lima) por candidaturas de derecha y varios departamentos del sur por las de izquierda. Lourdes Flores (2001 y 2006) y Pedro Pablo Kuczynski (2011 y 2016) en el primer caso; Ollanta Humala (2006 y 2011) y Verónika Mendoza (2016) en el otro. El aspecto central de la división es la defensa o crítica del modelo económico.
¿Bajo qué condiciones no se daría este voto mayoritario territorial? Si surgían dos o más opciones atractivas, se dividiría el voto y el mapa no mostraría candidaturas regionales hegemónicas. En ese momento parecía que Lima no tendría un favorito, pues distintos candidatos de derecha anunciaban su participación. En el sur Mendoza parecía tenerla más fácil, pues no se veían rivales para disputarle el espacio. Acción Popular se inclinaba por candidaturas de centro derecha y no había a la vista alguien más duro a la izquierda, como fue en el 2016 Goyo Santos.
El próximo domingo sabremos cómo votaron estos lugares, pero ya es casi seguro que no habrá en ellos una candidatura hegemónica. No es un asunto menor para el resultado final. Cualquiera de las candidaturas que en el pasado recogió el voto mayoritario en estos espacios hoy sería puntera.
Lo de Lima se veía venir. Poca o nula coordinación entre una serie de individuos que intentaron candidatear a pesar de parecerse mucho, perdiendo tiempo en disputas en vez de construir algo conjunto. El resultado son candidaturas improvisadas que dejarán bancadas que muy probablemente no representen los intereses de sus votantes.
Es curioso cómo en la política peruana se considera a Lourdes Flores como una “perdedora” sin tomar en cuenta que sus votaciones garantizaron una posición más representativa y articulada de los intereses de la derecha en dos congresos. Hoy las agendas de la derecha son barridas en cada votación congresal. Si Luis Bedoya hubiese obtenido similares resultados en las dos elecciones presidenciales en las que participó (ambas cercanas al 10%), sería visto como un ganador. Con Flores el análisis se inicia y termina por su fracaso en llegar a segunda vuelta, no por lo logrado en términos de representación ni por su esfuerzo sensato de construcción partidaria.
Por el lado de la izquierda, pues hubo más fragmentación de la que esperaba. Lescano hoy tiene más votos que Mendoza en el sur, pero ninguno de ellos será irrelevante. Y aunque Pedro Castillo no parece un fenómeno electoral, también tendrá suficiente voto como para fragmentar más la región y obtener una bancada.
Aquí la razón principal es Lescano y Acción Popular. Pensé que el partido ya no tendría la fuerza que tuvo en las regionales del 2018 por su participación en la vacancia de noviembre. Este mejor desempeño se explica, sin duda, por escoger un candidato más parado a la izquierda y muy crítico con Merino y la cúpula limeña de AP. Pero también parece que la marca no perdió tanto valor como pensamos algunos.
Al ver estos resultados uno piensa en lo torpe que fue para la izquierda destruir el Frente Amplio. Unos tenían el símbolo y la inscripción, los otros la candidata competitiva. Lo lógico era construir en conjunto, buscando reducir resistencias y establecer una agenda común que trabaje para mantener este control regional y evitar el surgimiento de opciones más duras.
A usted puede no gustarle las opciones de izquierda o las de derecha. Pero si considera que partidos más fuertes son positivos por una serie de razones (horizontes de largo plazo, representatividad, predictibilidad), estará de acuerdo en que es mejor tener estas preferencias organizadas y no en flujo de elección a elección. Es en estos dos espacios donde las élites políticas de lado y lado tienen mejores condiciones para comenzar a construir partidos. Ojalá partidos democráticos que eviten, o debiliten, candidaturas más duras en ambos lados del espectro.