El lujo de perder, por Carlos Meléndez
El lujo de perder, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

CARLOS MELÉNDEZ

Politólogo

Las principales ciudades de Ecuador le dieron la espalda a Rafael Correa en las elecciones subnacionales la semana pasada. En los diez centros urbanos más poblados, los candidatos municipales del oficialismo perdieron. La derrota más cruel fue, sin duda alguna, Quito, donde el presidente había convertido la reelección de Augusto Barrera en un plebiscito político e ideológico: si se pierde Quito, “la Revolución Ciudadana está en juego”, “habrá desestabilización”, “podría pasar lo mismo que en Venezuela”. ¿Estamos ante el inicio del fin del correísmo?

En siete años es la primera derrota que sufre el presidente ecuatoriano. Se respira cierto optimismo dentro del anticorreísmo. Algunos interpretan los recientes resultados como el despertar democrático en Ecuador. Si recordamos, la oposición al chavismo en Venezuela empezó a cobrar fuerza cuando se alzaron con victorias en administraciones subnacionales. Gestiones municipales y gobernaciones son espacios importantes cuando se trata de enfrentar a un gobierno central autoritario.

La Revolución Ciudadana aún goza de salud. Rafael Correa es un presidente popular. El 63% de los ecuatorianos aprueba su gestión (Cedatos), índice que no ha descendido del 60% desde enero del 2013. Este respaldo, sin embargo, no se endosa con facilidad. Aunque el oficialismo ganó en la mayoría de prefecturas (órganos intermedios entre el gobierno nacional y las alcaldías, estas últimas más relevantes), ahí donde Correa puso especial énfasis salió derrotado. Una muestra más del alto nivel de dependencia del proyecto político con su liderazgo.

La explicación del nuevo mapa político subnacional en Ecuador es, como siempre, una suma de factores: gestiones ineficientes de alcaldes gobiernistas (Quito, Cuenca), alternativas opositoras de raigambre populista, autonomista e independientes del Gobierno (Guayaquil, Machala) y búsqueda de contrapesos políticos a un gobierno autoritario. De hecho, luego de los resultados, el régimen político ecuatoriano es un poco más democrático, porque ha mostrado espacio a la pluralidad y un principio fundamental: el oficialismo puede perder una elección.

El resultado, además, permite a Correa enmendar errores. Su primera reacción ha sido reajustar las correlaciones de fuerzas al interior del Gobierno. Ha anunciado un nuevo gabinete que reflejaría la pérdida de peso político de la línea más izquierdista y pseudointelectual, para enfatizar sectores más pragmáticos. También se prevé el endurecimiento de la línea política oficialista. El correísmo se ha caracterizado por transformar la pérdida en enfrentamiento; por pasar el trago amargo de la derrota a furibundos contraataques. Responsabiliza a la oposición del inminente sectarismo.

Por otro lado, en la oposición no ha ganado nadie. La derrota del correísmo no significa la victoria de ningún adversario. Mauricio Rodas –de SUMA–, elegido alcalde de Quito, dirige un movimiento personalista e inocuo programáticamente. Es tan oportunista políticamente que hace parecer a Correa como un tipo sensato. CREO, el movimiento de Guillermo Lasso –segundo en las presidenciales del año pasado–, casi no registra victorias. Solo Avanza –ex socialdemócratas reciclados y aliados coyunturales del Gobierno– ha mejorado su capacidad de negociación. Con una oposición fragmentada y sin opciones, Correa puede darse el lujo de perder.