Martín Vizcarra, presidente de Perú. (Foto: EFE)
Martín Vizcarra, presidente de Perú. (Foto: EFE)

Distintos analistas vienen señalando, desde hace algunas semanas, la posibilidad de que el gobierno ingrese en lo que ciertos estrategas llaman ‘agotamiento programático’; léase, la fatiga de la narrativa predominante, lo cual –dicho sea de paso– puede darse por distintas causas (algunas positivas, otras negativas). En el caso del mandatario, la punta de lanza del gobierno ha sido, qué duda cabe, la lucha contra la corrupción, y en ello –es importante señalarlo– ha sido muy exitoso, tanto en el plano político como social.

Lo primero se visibiliza a través de la derrota de la coalición fujimorista-aprista, tanto en el Congreso como en los distintos ejes de disputa. Esto puede medirse a través de los niveles de aprobación y desaprobación del Congreso (13% y 81% respectivamente en el caso de la bancada fujimorista, y 7% y 87% en el caso de la bancada aprista), así como de sus principales líderes políticos (la simpatía de Keiko Fujimori se encuentra ya en un dígito [9%] y Alan García en 4%). Y en los ejes de disputa, como el caso de la fiscalía, ni qué decir.

Lo segundo podemos constatarlo en la sintonía de la ciudadanía con la cruzada presidencial. En la última encuesta realizada por Ipsos para El Comercio, ante la pregunta sobre los temas que deberían ser prioritarios para el gobierno en el año 2019, el 61% consideró la lucha contra la corrupción como la más importante tarea. Problemáticas que, sin duda, atienden necesidades mucho más importantes y concretas para el futuro de sus familias y del país, tales como la calidad de la educación (48%), del sistema de salud pública (35%), la seguridad ciudadana (32%) o la reducción de la pobreza extrema (29%), aparecen postergadas. La reducción de la anemia, un tema sensible y recurrente en portadas de diarios y programas dominicales, se disipa en un noveno puesto (9%).

El Ejecutivo ha sido exitoso en convertir la lucha contra la corrupción en su ‘mascarón de proa’, no solo al lidiar con la oposición política, sino también en cuanto a la sintonía con la población. No debiera, por lo tanto, llamarnos la atención que el presidente siga usando el discurso ‘anticorrupción’ por donde vaya, o que el ministro de Economía y Finanzas, , sostenga, hace pocos días, que “si por combatir la corrupción va a caer el PBI, pues, mala suerte” (una frase más que llamativa, ya que no existen evidencias tangibles de que una y otra tarea sean excluyentes o contraindicadas). La narrativa ha calado, y sirve.

La pregunta, claro, es hasta cuándo seguirá siendo eficaz dicha narrativa.

En principio, todo apunta a que aún podría tener fuerza y cola. Por un lado, casos de corrupción como los de Lava Jato (en febrero y marzo recibiremos noticias), o destapes (como los de los jueces y fiscales relacionados con el hampa) seguirán apareciendo e irritando a la ciudadanía. Por otro lado, la mayor parte de la prensa nacional se encuentra alineada con dicha causa, no por simpatías políticas, sino por principios éticos, algo que no requiere mayor explicación.

El ‘agotamiento programático’ podría producirse, o acelerarse, por tres factores: el primero es una eventual crisis política, económica o social; el segundo, algún desastre natural. Ninguno de ambos, por cierto, previsible por el momento. La tercera es que aparezca algún caso de corrupción asociado al régimen o al mandatario.