La desaprobación de Martín Vizcarra subió 25 puntos porcentuales en tan solo un mes: pasó de 19% a 44%. (Foto: AFP)
La desaprobación de Martín Vizcarra subió 25 puntos porcentuales en tan solo un mes: pasó de 19% a 44%. (Foto: AFP)

Es pusilánime”. “Es un gobierno débil”. “No tiene pantalones”. “No tienen rumbo, plan o propuesta”. Son algunas de las frases que le han endilgado al presidente Vizcarra y su gobierno en las últimas semanas. Y es difícil saber si, en efecto, lo que le falta al mandatario y su Gabinete son ideas y carácter; en principio, es difícil pensar que una persona que se forjó ante la adversidad, que lideró un proyecto político regional y que acompañó a una plancha política exitosa pueda ser, en efecto, tan falto de condiciones como le atribuyen. Menos aún que sea característica innata de al menos 19 colaboradores.

Lo que no es fácil de identificar, y que podría responder a muchas de las anteriores quejas, es la falta de una coalición política que le permita al presidente Vizcarra, en efecto, gobernar. Porque más allá de lo que digan sus críticos, no queda claro con quién pretende el mandatario llevar adelante su gestión, menos aún las políticas públicas y reformas que determinan un gobierno eficaz.

Para empezar, la coalición político-mediática que acompañó al ex presidente Pedro Pablo Kuczynski ve a Martín Vizcarra, por decir lo menos, con desconfianza. Es un hecho que el fujimorismo y su lideresa, Keiko Fujimori, hicieron lo posible por sacar del poder al ex presidente Kuczynski; todo indica, además, que le ofrecieron a Vizcarra respetar el mandato constitucional de sucesión. De ahí a plantear que el acuerdo va mucho más allá de eso, y que entonces Vizcarra cuenta con el apoyo del fujimorismo, pues queda un espacio de duda.

Luego, está el Gabinete. Fuerza Popular no participa del Gabinete Villanueva de manera directa (indirectamente, pareciera que cuenta con alguna capacidad de veto). Más bien encontramos opositores políticos de estos. Tampoco hay señales de una agenda programática consensuada, siquiera de acuerdos puntuales. Y si bien hasta ahora la relación entre ambos (Ejecutivo y fujimorismo) es de tensa calma, nada asegura que cuando encuentren puntos de diferencia las cosas se tornen violentas. Por ejemplo, cuando se debata la reforma de la ley electoral o cuando se nombre a los miembros del TC, o cuando la fiscalía pase a nueva fase de sus investigaciones, y así.

Cuando dichas disputas por poder y espacio político se presenten, ¿con quién contará el presidente Vizcarra para hacer frente al fujimorismo? ¿Con la izquierda que lo acompaña en el Gabinete? ¿Con cuáles referentes mediáticos? ¿Con cuáles operadores políticos?

Pareciera entonces que es la falta de una coalición amplia y potente que responde, en gran medida, a esa notoria ausencia de definiciones. Y si no existe una coalición importante, menos aún una estrategia para lidiar con los diferentes escenarios, ya no solo políticos sino también sociales. ¿Con qué partido político, con cuales operadores puede el gobierno desplegar una reforma, por pequeña que sea? Cualquier reforma implica, casi por necesidad, un grupo que pierde y que dará pelea por defender sus prerrogativas; ¿con quiénes puede hacerles frente? El presidente Vizcarra no tiene partido, no tiene bancada, no tiene aliados con peso propio (el primer ministro Villanueva es, como él, un invitado en su partido), no es afín a la casta política o empresarial, ni cuenta con apoyo mediático, y ahora tampoco tiene una base popular (37% en la última medición de Ipsos).

Vistas las cosas, es una situación mucho más complicada y que no se soluciona encontrando un buen par de pantalones.