“¿Habrá despertado realmente el jefe de Estado de su siesta moqueguana para permitirnos conocer qué entiende por gobernar?” (Ilustración: Mónica Gonzáles)
“¿Habrá despertado realmente el jefe de Estado de su siesta moqueguana para permitirnos conocer qué entiende por gobernar?” (Ilustración: Mónica Gonzáles)
Mario Ghibellini

El presidente Vizcarra es un político en evolución. Hasta hace unos días lucía como un mandatario remiso, casi dispuesto a murmurar ‘con permisito’ cada vez que tenía que referirse a alguna materia en la que no estaba completamente de acuerdo con la mayoría del Congreso y a demostrar que el salto triple también se puede practicar marcha atrás si hace falta. Y ahora, de pronto, se pone oso.

Porque, no nos equivoquemos, eso de llamar ‘ley mordaza’ a la iniciativa para prohibir al Estado colocar publicidad en los medios privados aprobada en el pleno es sacarles las garras a Mulder, a su carnal Galarreta y a toda la coalición de naranjas y tangelos que votó esta semana a favor de ella.

No es que la expresión no convenga al asunto que describe, pero algo tiene que haber ocurrido para que el jefe de Estado bruscamente dejase de sentirse vicepresidente y decidiera mandarse, aunque sea por una vez, con todo.

—Pelona y encerrona —

Las últimas encuestas, en las que su desaprobación semeja un homenaje al recientemente conmemorado natalicio de Jorge Chávez, tienen que haber pesado por cierto lo suyo en el espoleo que lo hizo cambiar de actitud. Pero en esta pequeña columna tenemos la impresión de que hay más, pues cuando el presidente menciona la ‘mordaza’, se diría que, más que aludir a los problemas que tendrá Sedapal a partir de ahora para comunicarles a los vecinos de tal o cual distrito que les va a cortar el agua, se refiere a una experiencia personal.

Poco lo dejaban hablar, en efecto, Kuczynski y Meche Araoz cuando el gobierno de Peruanos por el Kambio era todavía aeróbico y de lujo. Y poco lo estaban dejando hablar también sus nuevos festejantes desde que sentían haberlo instalado en Palacio. Decir esta boca es mía en un debate tan relevante como el de la publicidad estatal en los medios privados, en consecuencia, tiene que haberse sentido como una catarsis. Y las catarsis suelen ser tan gratificantes que hacen que uno se aficione a ellas.

No sería de extrañar, entonces, que en los próximos días veamos al mandatario despacharse contra la contratación de barristas bravos como jefes de seguridad en el Congreso o la exclusión de determinados competidores de la carrera presidencial del 2021 a través de tretas legislativas, solo por el placer de escucharse decir lo que piensa. Pero, claro, eso supondría, sin lugar a dudas, el fin del idilio sin palabras que ha vivido desde que asumió el poder con el fujimorismo legislativo, convirtiendo la supuesta luna de miel que tantas esperanzas había despertado en algunos, en poco más que una encerrona de fin de semana.

¿Se atreverá? ¿Habrá despertado realmente el jefe de Estado de su siesta moqueguana para permitirnos conocer qué entiende por gobernar? El anuncio de cambios en el Gabinete para 28 de julio, aunque torpe por lo excesivamente anticipado, sugiere que sí (sobre todo si, como quieren los rumores, los removidos serán los ministros que pujan por instalar una mayor rigidez en nuestra legislación laboral).

Conociendo al personaje, sin embargo, no es imposible que también en esto acabe retrocediendo y pronto descubramos que las garras exhibidas eran de utilería y la piel de oso, un efímero disfraz. Que sintiéndose afortunado, en suma, con el anterior estado de cosas, vuelva a él arrepentido. Total, ya se sabe que a la suerte la pintan pelona.