Martín Vizcarra asumió la presidencia de la República el viernes 23 de marzo tras la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski. (Foto: Archivo El Comercio)
Martín Vizcarra asumió la presidencia de la República el viernes 23 de marzo tras la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski. (Foto: Archivo El Comercio)
Fernando Rospigliosi

Como era previsible, casi todas las bancadas del Congreso han respaldado al presidente Martín Vizcarra, incluyendo la de Peruanos por el Kambio, varios de cuyos líderes habían criticado duramente al entonces embajador en Canadá por su presunta traición a Pedro Pablo Kuczynski (PPK). La designación de César Villanueva como presidente del Consejo de Ministros también ha sido recibida con agrado, porque es un político conciliador y con buenas relaciones con los grupos políticos con presencia en el Parlamento.

La economía “ni pestañeó” con la salida de PPK, como ha advertido Diego Macera en esta página (29/3/2018). Y el intento de PPK de hacer fracasar la Cumbre de las Américas si lo sacaban del gobierno, llamando a algunos presidentes de la región para que desistan de venir (según fuentes de “Caretas”), parece que no tendrá consecuencias.

Así, la presidencia de Vizcarra empieza auspiciosamente en varios aspectos, mejor que la de PPK, que tuvo la cerrada oposición del fujimorismo desde el primer día de su mandato.

No obstante, algunos nubarrones ensombrecen el panorama. El precio del cobre ha estado descendiendo en el último tiempo y en el 2018 “la minería tendría su menor crecimiento en seis años”, según proyecciones del Banco Central de Reserva (“Gestión”, 28/3/2018). Y si la economía internacional sufre un frenazo después de más de cien meses de crecimiento, como ha vaticinado el economista Ricardo Lago, las cosas se pondrán difíciles. El creciente déficit fiscal es también motivo de preocupación.

Por eso, algunos discursos de Vizcarra podrían ser fuente de futuros problemas. Por ejemplo, en Piura criticó, con razón, la lentitud con que marcha el proceso de reconstrucción, lo que le permitió a la vez marcar distancias con el gobierno de PPK. Pero en verdad nada garantiza que él lo pueda hacer más rápido, tanto por la cantidad de trabas burocráticas que existen y la corrupción extendida en el gobierno central y en los gobiernos regionales y locales, como por las posibles estrecheces económicas del período venidero. Así, quizás sería conveniente que ensayara un discurso ‘churchilliano’, señalando las dificultades que hay que vencer y demandando el esfuerzo de todos, sin seguir alentando demasiadas expectativas.

Adicionalmente, no es seguro que pueda reclutar funcionarios experimentados y eficientes. El ministro que ha designado primero, Edmer Trujillo, ocupará el Ministerio de Transportes y Comunicaciones, entidad que tiene uno de los presupuestos de inversión más altos de todo el Estado. Trujillo es un hombre de confianza del presidente, trabajó con él en Moquegua y Vizcarra lo puso como ministro de Vivienda en el primer Gabinete de PPK. Pero la diferencia de gestión fue notoria cuando el avezado Carlos Bruce ocupó ese organismo. No solo avanzó a mucho mayor velocidad, sino que le dio al cargo y al Gabinete una presencia pública y política muy necesaria.

Obviamente Bruce no puede permanecer en el Gabinete, no solo porque Vizcarra tiene que distanciarse del impopular gobierno de PPK en palabras y discursos, además de hechos e imágenes –y eso incluye por supuesto a ministros y funcionarios–, sino también por su implicación en los ‘kenjivideos’.

Quizá Vizcarra podría también repetir el mismo error de PPK, un Gabinete de “técnicos”, como adelanta “Perú 21” (30/3/2018), cuando su peculiar situación, sin partido ni bancada, le exigirá un trabajo político intenso y continuo para poder concertar, negociar y a la vez enfrentar no solo a sus adversarios sino eventualmente a sus propios volubles aliados.

En ese sentido, un Gabinete integrado por gente “sin resistencia”, como le aconsejan algunos es, a la vez, un Gabinete sin liderazgo. Alguien que en la vida pública no haya generado resistencia de nadie, difícilmente podrá asumir los complicados desafíos que se plantean a un gobierno con las características del que le ha tocado encabezar a Vizcarra.

Un suceso que favoreció a PPK al final de su breve gobierno fue la escisión del fujimorismo, al debilitar a la abrumadora mayoría opositora. Ahora la victoria del keikismo hace que ese grupo recobre fuerza. Los congresistas que estaban a punto de desertar se mantendrán fieles y el posible desafuero de Kenji dejaría a su pequeña bancada dispersa y sin liderazgo.

Existe la posibilidad, entonces, de que el partido mayoritario recobre, más temprano que tarde, la arrogancia que caracterizó su primer año en el Congreso y que, a pesar de que ahora ellos son corresponsables de cómo le vaya a Vizcarra en el gobierno, ejerzan presiones desmedidas sobre él. No estaría de más estar prevenido frente a esa eventualidad.