JUAN PAREDES CASTRO (@JuanParedesCast)Editor central de Política
El gobierno suele quejarse a menudo del escaso impacto público positivo de sus decisiones y realizaciones, mientras busca culpables hacia afuera y evita reconocerlos hacia adentro.
De ahí que alguna vez el presidente Ollanta Humala saliera con el argumento de que los medios de comunicación debieran ocuparse más de las noticias positivas como si el registro de la historia cotidiana del país y del mundo consistiera en ponerle la vista gorda a la realidad.
La otra reacción habitualmente sorprendente del mandatario pasa por culpar al mensajero (los medios de comunicación independientes) de los mensajes principalmente de denuncia que la prensa saca a luz sobre los actos u omisiones de la función pública.
Como el Estado ha perdido su capacidad de control interno (que solo está en manos de la contraloría) o trata de liberarse del mismo (es el caso del Congreso), la fiscalización de la prensa no es considerada por el gobierno como una aliada en la lucha contra la corrupción sino como una adversaria en potencia a la cual conviene silenciar o intimidar.
Así las cosas, la preocupación presidencial por sus bajos réditos de imagen y popularidad llega a ser hostil con el periodismo independiente crítico y complaciente con la prensa oficial y oficialista, desde el momento en que se pretende mirar la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio.
Para citar un ejemplo, el reciente aumento salarial del 100% a los ministros, por tratarse precisamente de un hecho impopular pero necesario, debió tener un manejo de comunicación pública muy profesional y eficiente, así se supiera, de antemano, que los resultados de comprensión del tema no serían los mejores.
A propósito, en una reciente reunión con la prensa, el primer ministro César Villanueva no pudo dejar de reconocer, con visible tristeza, que en el manejo del tema salarial vinculado al servicio civil no ha habido ni hay una estrategia de comunicación del gobierno. No es que ni siquiera no funciona, sino que sencillamente no existe.
Bastaba ver el rostro de decepción de Villanueva y de los ministros que lo acompañaban (Miguel Castilla, de Economía, y Daniel Figallo, de Justicia) para comprender que el empeñoso trabajo de Juan Carlos Cortés, el líder de Servir, no pasa de unos cuantos renglones en el guion de comunicación del aparato estatal, cuando en verdad los avances y resultados logrados debieran ser difundidos por todo lo alto y a los cuatro vientos.
Lo que ocurre, en el fondo, como lo advirtió Cecilia Valenzuela en su columna de ayer, es que la mayoría de recursos y energías de la comunicación pública está volcada a las necesidades de imagen de la pareja presidencial, en grave detrimento de lo que los peruanos debemos informarnos y conocer sobre lo que realmente hace el gobierno y el Estado, con sus activos y pasivos.
Por las fuentes de información que maneja y los medios de comunicación que administra, el gobierno es también un mensajero importante, pero lamentablemente sin mensaje.