"Los partidos no están para detestarse. Están para negociar. Si no alcanzan acuerdos de largo aliento, perderán sus poltronas, y de paso, hundirán la credibilidad del sistema democrático". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Los partidos no están para detestarse. Están para negociar. Si no alcanzan acuerdos de largo aliento, perderán sus poltronas, y de paso, hundirán la credibilidad del sistema democrático". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Santiago Roncagliolo

El presidente peruano renuncia. Se crea un vacío de poder. Su sucesor hereda su debilidad parlamentaria, sumada a que él mismo nunca ha participado en la primera línea de unas elecciones nacionales y es casi desconocido en el país. Resulta imposible predecir cuánto durará. Se trata de una crisis de gobierno en toda regla. ¿Y qué pasa con la economía? 

Nada. En realidad, los mercados están encantados. La bolsa subió. El dólar bajó. La calificación crediticia del país se mantuvo. Del liberal PPK se esperaba poca política pero mucha economía. Y sin embargo, los números lo despiden con la algarabía que le habrían deparado a un rabioso comunista. 

Tampoco los ciudadanos muestran especial angustia. Los progresistas estaban muy decepcionados del presidente anterior. Y su expectativa de la clase política es tan baja que carecer de historial con Odebrecht ya les parece un atributo muy esperanzador de Vizcarra. En cuanto a los de derecha, su única preocupación es que el nuevo presidente no nombre ministros sospechosos de izquierdismo. O parientes de izquierdistas. O que digan malas palabras, como “política”. 

Para el politólogo Alberto Vergara, la tranquilidad general se debe a que el Gobierno Peruano en sí lleva tiempo vacío de contenido real: en este país, sostiene Vergara, hace mucho que nadie gobierna: los presidentes administran. Los políticos montan un gran circo, se tiran los platos unos a otros, y luego terminan todos obedeciendo las órdenes del gerente. En ciertos casos, como ocurrió en el 2011, el presidente cambia pero el MEF se queda. 

Pero no nos flagelemos. Lo cierto es que no somos los únicos. El fenómeno se repite cada vez con más frecuencia.  

Cataluña ha vuelto la semana pasada a los disturbios, debido al encarcelamiento de los líderes independentistas. Sin embargo, hasta entonces, llevaba los cinco meses más apacibles de su historia reciente ¿Qué consiguió aplacar años de inestabilidad, manifestaciones masivas contra el Estado, fugas de empresas y adelantos electorales? Que la comunidad se quedó sin gobierno. Al menos, sin gobierno propio. Solo con un delegado del Estado Español, limitado a la administración básica. 

La propia España vivió sin mayorías parlamentarias casi todo el 2016, y no padeció efectos sensibles. Bélgica ostenta el récord: más de quinientos días sin Poder Ejecutivo, con saldo positivo en el PBI, la reducción del desempleo y el déficit. Este año, Alemania tardó cuatro meses en formar gobierno. La economía lo agradeció. 

El periodista económico catalán Martí Saballs tiene para estos casos un análisis muy similar al de Vergara para el Perú. Según él, los partidos de gobierno europeo no son tan distintos entre sí como hacen ver en sus campañas. Cada uno cambia un par de cifras de gasto, con intención fundamentalmente cosmética, pero dentro de los límites que permite la economía. Y los mercados lo saben.  

Sin embargo, mis dos fuentes coinciden en que el vacío solo funciona para el corto plazo. A la larga, para que un país funcione, hacen falta reformas de calado. De hecho, mientras las economías abiertas prescinden de los gobiernos, las potencias emergentes eternizan a los suyos: el chino Xi Jinping o el ruso Vladimir Putin acaban de renovar sus autoritarios mandatos, y ninguno de ellos tiene ganas de jubilarse. 

Las élites de las economías abiertas se están acostumbrando al teatro: pelean de cara a la galería y cobran a fin de mes. Pero los partidos no están para detestarse. Están para negociar. Si no alcanzan acuerdos de largo aliento, perderán sus poltronas, y de paso, hundirán la credibilidad del sistema democrático. La pregunta es si son conscientes de ello. Y en ese caso, si les importa.