"En un juego perverso de roles que nos ha convertido en rehenes de una irrealidad, el Gobierno resulta ser su propia oposición". (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa)
"En un juego perverso de roles que nos ha convertido en rehenes de una irrealidad, el Gobierno resulta ser su propia oposición". (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa)
Hugo Coya

Con los ocho meses próximos a cumplir del del presidente y la entrada en funciones del actual Congreso está claro que se ha superado con creces la predicción política considerada previamente como la más afiebrada o tremendista.

Esta ha provocado que seamos testigos de hechos inéditos en una política nacional tan veleidosa y acostumbrada a luchas fratricidas, así como al concurso recurrente de aventureros, improvisados o pillos de distintos pelajes.

En un juego perverso de roles que nos ha convertido en rehenes de una irrealidad, el Gobierno resulta ser su propia oposición; la izquierda no es izquierda; la derecha tampoco es derecha; la autoproclamada oposición no es real, comenzando por algunos de sus ‘niños’ que, al mejor estilo montesinista, ‘juegan’ a cambiar nombramientos por votos; una extrema derecha unida a la extrema izquierda con el firme propósito de minar instituciones que chocan con sus intereses o creencias.

Dentro de este complejo panorama, abundan la verborragia, los superlativos, repetidos hasta el hartazgo, aunque, en el fondo, representen meras simulaciones para la platea mientras avanza una colonización sin pausa de todos los estamentos y las leyes en perjuicio de los derechos ciudadanos. Las pruebas abundan, pero, a fin de no expandir esta columna, mencionaré algunos de los casos más recientes que abonan a favor de esta perspectiva.

Tan solo el pasado sábado, Castillo sacó de un momento a otro –algo que ya se ha vuelto una constante en su (des)gobierno– al cuestionado ministro de Justicia, Ángel Yldefonso. Pero, en lugar de dar la primera señal del propósito de enmienda que prometió en su último discurso ante el Congreso, coloca a Félix Chero Medina como reemplazo, alguien tan o más controversial que su antecesor.

Además de haber defendido a un acusado de la violación sexual de un menor, Chero fue sentenciado a ocho meses de prisión en primera instancia por patrocinio ilegal en el 2018. Si bien la sentencia fue revocada luego en Lambayeque, el mandatario persiste en nombrar a una persona con pasado discutible, a contramano del sentido común.

Otro ejemplo ha sido la obstinación en mantener a los máximos directivos de Petro-Perú, a pesar de que todos los indicios apuntan a un pésimo manejo de la mayor empresa pública del país y que ello no solo está agravando su crisis financiera, sino que puede conducirla a un eventual colapso. Este domingo tuvo como corolario la renuncia obligada de su gerente general y miembro del directorio, Hugo Chávez.

A estas alturas, deviene tedioso preguntarle al jefe del Estado si no resulta incongruente proclamar la corrección de errores y tropezar con la misma piedra. ¿No existen personas en las que confíe y carezcan de cuestionamientos para ser designadas? Sin embargo, Castillo no está solo en el devenir errático.

Mención aparte merecen los frecuentes exabruptos de quien debería ser la brújula que requiere el Gobierno: el presidente del Consejo de Ministros, Aníbal Torres. Su último dislate fue que, al opinar sobre la decisión que permite la liberación de Alberto Fujimori, en lugar de dejar sentada con claridad su condena al fallo, aprovechó la ocasión para realizar una bravata de eliminar el Tribunal Constitucional, a sabiendas de que la iniciativa no prosperará no solo porque constituye un esperpento y dejaría sin otro instrumento de protección jurídica a los ciudadanos, sino porque el Gobierno carece de los votos necesarios en el Congreso para llevar adelante dicha tropelía.

Y si hablamos de simulaciones y desaciertos, la oposición tampoco se queda atrás. Por ejemplo, la reciente interpelación del ministro de Salud, Hernán Condori, derivó en un espectáculo deplorable con el congresista Jorge Montoya y otros parlamentarios otorgándole, finalmente, la bendición.

De esta manera, hicieron tabla rasa de las firmas que estamparon en la moción de vacancia del presidente Castillo, donde uno de sus puntos es la designación del promotor del agua arracimada, el diagnóstico del cáncer en un minuto y una preocupante desaceleración en el ritmo de vacunación, el único pergamino que puede exhibir hasta ahora el Gobierno.

¿Cómo llegamos a este punto? Claro, podríamos explicarlo y apelar de manera simplista a una de las tesis freudianas: la repetición indica su enigma. Pero no. En honor a la verdad, es necesario dejar sentado que la actual deriva proviene de una serie de problemas estructurales irresueltos desde hace décadas que se ha amplificado con la incompetencia pasmosa del Gobierno.

Sea como fuere, los ganadores del actual entramado son las mafias que se tornan cada vez más poderosas. Ora, las que detentan carcazas fungiendo de universidades; ora, las dueñas con combis asesinas con multas pulposas, carencia de revisión técnica y que tiñen de sangre las pistas; ora, las promotoras de la minería ilegal que contaminan ríos y destruyen la selva; ora, las erguidas en las regiones para esquilmar el erario; ora, las de los comerciantes ilegales de terrenos; ora, las de los narcotraficantes operando con total impunidad.

La que más sufre, como siempre, es la población al margen de las decisiones políticas, especialmente las personas más pobres afectadas por una pandemia que ha castigado con especial virulencia a nuestro país. El descalabro posee, además, un efecto más profundo y, muchas veces, menos visible, puesto que golpea el corazón de la democracia, el Estado de derecho y la noción de República.

Es prematuro saber hasta dónde se conducirá la política peruana en el futuro, aunque persista la esperanza de que, después de todo lo que viene sucediendo, los electores estén más alertas en torno a quién le otorgan su confianza en las urnas.

Bajo esta óptica, las próximas elecciones municipales y regionales pueden ser una buena oportunidad para comenzar a cambiar el actual estado de cosas y avanzar en la erradicación, de una buena vez, de la podredumbre que se ha adueñado de la política.

Si no ponemos coto a ello, los políticos corruptos y sus secuaces se afianzarán definitivamente en los distintos ámbitos del poder, destruyendo por completo los pocos espacios respirables, límpidos, de la nación, cada vez más estrechos y que aún quedan. Estamos advertidos.