"El octavo círculo", por Rossana Echeandía
"El octavo círculo", por Rossana Echeandía
Rossana Echeandía

ROSSANA ECHEANDÍA

Periodista

Que para el sea el mayor problema del Estado, según la última encuesta de El Comercio trabajada por Ipsos, es un indicador que revela la gravedad de este asunto. Me atrevería a añadir, sin embargo, que no se trata solamente del mayor problema del Estado. En realidad es un serio problema de la sociedad en su conjunto.

Basta que miremos los acontecimientos de las últimas semanas: otra congresista enredada en líos donde se aprovecha del poder que se le ha cedido para beneficio propio, crímenes que ocurren unos tras otros mientras las mafias de extorsionadores parecen extenderse de norte a sur del país, negociados fallidos en un ministerio que quería comprar binoculares a 14 veces su precio real. Y lo peor es que todo nos hace pensar que esta situación empeorará, pues no se advierte ninguna acción en contra.

El caso de la ex voleibolista , admirada y querida por todos los que tantas veces gritamos sus triunfos con la selección peruana, es especialmente triste; duele más cuando la supuesta transgresora es alguien como ella. 

Aunque tanto Uribe como el beneficiado gerente de la empresa Punto Visual nieguen haber presionado a directores de colegios para instalar sus paneles publicitarios en esos centros de estudios, es fácil imaginar lo que podría haber ocurrido. Si la deportista suma a la popularidad bien lograda el poder que le da su actual situación de congresista (y congresista del partido de Ollanta Humala, además), así como de empresaria en educación, tenemos una combinación ganadora. Me la imagino tocando las puertas de los despachos de esos directores con todas esas medallas tintineando delante de ella. Su sola presencia era una forma de presionar. Habría que ser un tonto mayor para no darse cuenta. Y Uribe no lo parece. Seguramente el gerente de tampoco.

¿Cómo afecta a la sociedad que a una personalidad como Uribe le resulte tan difícil andar derecho? Hay personas que se convierten en paradigmas; sus éxitos y sus fracasos arrastran con más fuerza que aquellos del común de los mortales. Cuando estos paradigmas se corrompen, contagian a la sociedad, rompen algún límite tácito que, más que la ley, el sentido común hace que respetemos e intentemos preservar.

El daño es inclusive mayor cuando al descubrimiento del acto de corrupción le sigue una reacción cínica. Recordemos el caso del negociado fallido de los binoculares sobrevaluados. En lugar de que el ministro ordenara inmediatamente una investigación, salió a negar la validez de la denuncia. Una vez más, se trataba de una persona que, como Walter Albán, gozaba de una buena reputación sobre todo por su papel como ex encargado de la Defensoría del Pueblo. Que una persona con esas características dé señales de un aparente intento de tapar un negociado golpea más fuerte la conciencia social.

¿Si estas personas actúan así, qué debo hacer yo, mortal común y corriente? Ver la caída de estos corruptos tendría que servir como ejemplo disuasivo. Protegerlos de que les caiga todo el peso de la ley contribuye a agrandar el daño.

En la “Divina Comedia”, Dante ubica a los corruptos en el octavo círculo, el penúltimo del infierno, dedicado a los que cometen fraude. Solo están en peor situación los traidores, en el noveno círculo. 

Allí, tan abajo, Dante describe a los políticos corruptos inmersos en brea hirviente, con los dedos sucios y los oscuros secretos de sus tratos fraudulentos.