(Ilustración: Victor Aguilar)
(Ilustración: Victor Aguilar)
Ignazio De Ferrari

ha hablado desde Brasil y sus confesiones a los fiscales peruanos han generado un terremoto político con epicentro en Lima. De las principales figuras de nuestros últimos 15 años de vida política no se salva casi nadie. Según Barata, financió las campañas electorales de todos los ex presidentes desde Alejandro Toledo; la del actual mandatario, Pedro Pablo Kuczynski, en el 2011; la de la lideresa del partido más grande del país, Keiko Fujimori; y la de la ex alcaldesa de Lima Susana Villarán. Si la credibilidad de estos políticos estaba ya en niveles bajísimos, en la última semana se ha terminado de desplomar, como ha mostrado la última encuesta de Datum. En resumen, el huracán Odebrecht nos ha dejado una clase política sin credibilidad y con escasa legitimidad.

Una pregunta esencial de estos días es si de este episodio negro de nuestra historia política, si de esta coyuntura crítica, seremos capaces de rescatar algo positivo. Por coyunturas críticas (critical junctures) se entiende en las ciencias sociales períodos de crisis de alta incertidumbre en los que las decisiones de los principales actores políticos definen el rumbo institucional que adoptan los países. De nuestras dos últimas coyunturas críticas heredamos, en un caso, el modelo económico de libre mercado y el autoritarismo (1990-92), y en el otro (2000-01), la democracia de baja intensidad que nos rige hasta hoy.

Visto en perspectiva comparada, de coyunturas críticas similares pueden surgir resultados muy distintos. La crisis económica que golpeó con enorme dureza a Argentina y Uruguay a inicios de siglo llevó a caminos institucionales muy distintos. Mientras Uruguay se reafirmó en la seriedad de sus instituciones y su sistema de partidos para evitar el default, Argentina cedió a las tentaciones de la vertiente más populista del peronismo y aceptó la cesación de pagos para buscar una salida a la crisis. Las consecuencias de ese default se sienten 15 años después. En otras latitudes, la crisis de corrupción que hizo explosionar a la clase política italiana a fines del siglo XX no llevó a establecer un nuevo paradigma institucional. Veinticinco años después, Silvio Berlusconi sigue en la primera línea de la política.

Como en la Italia de mediados de los 90, en el Perú de estas horas asistimos a la descomposición de la clase política que gobernó el país en los últimos tres lustros. Frente a este desafío, la incertidumbre no es menor. ¿Lo que sea que surja será mejor que lo anterior? Por supuesto, existe también la posibilidad de que la actual correlación de fuerzas logre sobrevivir, de modo que la coyuntura crítica actual solo sirva para recordarnos que, como en la Argentina de comienzos de siglo, somos incapaces de reformarnos. Pero el escenario verdaderamente catastrófico es que un nuevo populismo, ya sea de izquierda o de derecha, lidere la transición.

Que esta historia tenga final feliz dependerá, en buena cuenta, de las coaliciones políticas que logren formarse. La coalición republicana de la que tanto se ha hablado en los últimos dos años solo tendrá éxito si logra ser un proyecto verdaderamente liberal, que no apele solamente a la libertad de empresa, sino que también dé un contenido político a la idea de la libertad. Sin una real igualdad de derechos y oportunidades será siempre difícil para los ciudadanos ejercer la libertad individual. El liberalismo sin política es un proyecto elitista.

¿Existen razones para el optimismo? En contra nos juega que cuando los ciudadanos votan con rabia, eligen por lo general políticos que gobiernan de igual manera. Y lo más probable es que cuando sea que se vote, se vote con rabia. Hay un elemento adicional. En este país de escasas clases medias, el liberalismo no ha tenido arraigo popular. Generar la percepción de que un espacio liberal puede ser inclusivo no será tarea fácil. En ese sentido, repetir la coalición ganadora que llevó a Kuzcynski a la presidencia implicaría, casi con seguridad, formar alianzas amplias. Finalmente, existe la cuestión central del liderazgo. La coalición republicana sigue acéfala, a la espera de un político popular y de verdadera vocación reformista.

En coyunturas críticas de gran incertidumbre como la que vivimos, es mucho lo que hay por perder si se toman las decisiones equivocadas. Pero también es mucho lo que hay por ganar. No estaría nada mal que, tras muertos y heridos, la herencia que nos deje Odebrecht sea la coalición republicana y el camino de las instituciones que tanto necesitamos.