(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Javier Díaz-Albertini

Algo que llama la atención es cómo la tasa de victimización en Lima ha estado bajando, mientras que la percepción de inseguridad ha ido en aumento. Según el INEI, el porcentaje de limeños víctimas de algún hecho delictivo en el 2011 fue de 45,5% pero bajó a 30,9% en el 2016. No obstante, la percepción de inseguridad en ese mismo período creció de 88,6% a 92,6%.

Resulta difícil encontrar explicaciones simples a algo tan complejo como las percepciones sobre el peligro. Sin embargo, las características del entorno es uno de los aspectos que contribuyen a esa sensación. Es evidente que una zona deteriorada y abandonada proyecta una imagen de anomia y peligrosidad. Pero, aunque parezca mentira, las zonas sumamente resguardadas y protegidas generan similar percepción.

En los años 80 trabajaba como sociólogo en un proyecto de desarrollo en el asentamiento Huáscar en San Juan de Lurigancho. Capacitábamos a la población en instalaciones domiciliarias (eléctrica, sanitaria) y lo realizábamos conjuntamente con la parroquia de Canto Grande que tenía aulas y un taller de carpintería.

Un día teníamos reunión con el párroco –un recio y austero italiano– y notamos que uno de los pequeños vidrios de la ventana del taller estaba roto. Alguien había tirado una piedra. Inmediatamente el párroco cambió el vidrio, a pesar de nuestras protestas porque se retrasaba la reunión. Nos miró condescendientemente y explicó que un vidrio roto invitaba a más pedradas y ventanas rotas.

Es curioso que más adelante se desarrollara la teoría de la “ventana rota” en la criminología. Postula que un entorno deteriorado estimula mayor descuido, vandalismo y delincuencia. El nivel de orden es una señal del comportamiento de los miembros de una comunidad. Es un reflejo de cómo transcurre la cotidianidad y en qué estado se encuentra la convivencia. Debido a esto, la teoría recomienda que la policía no solo se dedique a perseguir a criminales, sino también a trabajar con la comunidad para disminuir el deterioro.

La aplicación de la teoría de la “ventana rota” –normalmente acompañada por la estrategia de “cero tolerancia”– es considerada uno de los puntales del logro alcanzado en la reducción de la delincuencia en varias ciudades. Fue, por ejemplo, utilizada con éxito en Nueva York y Los Ángeles por el famoso comisionado de la policía estadounidense William Bratton. También fue parte del paquete de medidas recomendadas por él mismo para la ciudad de Lima en el 2002.

¿Qué sucede –en cambio– en entornos sumamente protegidos? ¿Qué percibimos cuándo paseamos por un barrio típico de los distritos más seguros de Lima? Calles cerradas y vacías, casas con muros de tres metros coronados de fierros puntiagudos y cercos eléctricos, cámaras de vigilancia, sensores de movimiento, alarmas, letreros de advertencia de empresas de seguridad, casetas de vigilantes, guardaespaldas, serenos en bicicletas, motos y camionetas, el constante sonido de pitos, etc.

Estudios muestran que un paisaje urbano con tal despliegue de ‘seguridad’, en vez de generar sosiego, produce temor. Es lo que algunos expertos denominan una “arquitectura del miedo”. A los que viven y transitan rodeados de estas medidas se les está recordando permanentemente un potencial peligro. La actitud que anima es a cuidarse la espalda y desconfiar. Asimismo, los aísla y la falta de contacto con el medio urbano tiende a alimentar prejuicios y estereotipos sobre los “otros” habitantes de la ciudad. Mientras que los “otros” observan un paisaje excluyente, lo cual alimenta el resentimiento y la agresividad.

En ambos casos, las sensaciones de miedo son producto del abandono del espacio público. Esto es nefasto para la ciudad porque recién cuando se comparte un espacio es que se construye comunidad urbana. A diferencia de las comunidades tradicionales, la urbana no se edifica sobre la base de costumbres y la homogeneidad. En la ciudad, se va formando mediante los usos consensuados y el permanente encuentro entre los diversos que componen a toda urbe. Recién cuando recuperemos estos espacios y la posibilidad de dialogar con los demás es que las percepciones y los paisajes del miedo disminuirán.