“Hay solo pantallazos, flashes, memes, la filosofía de los 140 caracteres que lo está precarizando todo”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
“Hay solo pantallazos, flashes, memes, la filosofía de los 140 caracteres que lo está precarizando todo”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
Patricia del Río

Un hombre se lleva una pistola a la sien y se dispara una bala que le atraviesa el cerebro. Horas después muere en la sala de emergencia del y la noticia atraviesa el país como otro fogonazo. Sorpresa, dolor, rabia, culpa… tal vez desasosiego sea el término que podría definir mejor un momento tan chocante. No ha muerto un terrorista despreciable cuyo suicidio podríamos celebrar sin remordimientos. Tampoco se ha quitado la vida un santo, al que llenaríamos de elogios sin pensarlo tanto. Se ha quitado la vida un hombre polémico, que cosechaba con el mismo entusiasmo y efectividad antipatías y simpatías. Que era capaz de hipnotizar a unos, con la misma facilidad con la que indignaba a otros. Ha muerto un hombre que fue dos veces presidente del Perú y a quien se le imputaron actos de corrupción que no se le probaron en vida, y que hoy ya no tiene mayor sentido seguir analizando.

Un balazo en la cabeza, un salto al vacío, una cuerda en el cuello, un frasco de pastillas vacío son actos de violencia contra uno mismo tan brutales, tan contundentes que no necesitan interpretaciones. Qué se puede decir ante el cuerpo inerte de quien ha renunciado a su instinto de supervivencia. Con qué cara vamos a interpretar que se trató de un hecho cobarde o de un acto heroico. Con qué derecho argumentamos que alguien se ha escapado de la justicia infligiéndose la muerte: ¿no es acaso la pérdida de la vida el peor castigo que se le puede aplicar a un ser humano? Me he hecho todas estas preguntas cada vez que leí un post en Facebook de alguien haciendo bromas sobre un hecho trágico. Me he quedado sin respiración al descubrir gente que creí noble, vomitar su rabia sobre el cadáver tibio de un ex presidente. Me ha desencajado la ausencia de reflexión, la precariedad del análisis, la incapacidad elemental de mantenernos en silencio después del sonido sordo y seco de un balazo atravesando una sien.

Pero eso es lo que somos hoy. Una sociedad que ha encontrado en las , en la tecnología, un instrumento para dejar en claro que, el abandono del lenguaje, esa característica que nos colocó como la especie dominante del planeta, nos va a conducir a nuestra propia extinción. Porque ya no hay narrativas, ni discursos que permitan otorgarle sentido a la muerte de un ser humano que cuestiona a una sociedad. Hay solo pantallazos, flashes, memes, la filosofía de los 140 caracteres que lo está precarizando todo. Como explica Noah Harari en “Sapiens”, fue gracias al lenguaje y a su simbolismo que la especie humana de la cual descendemos logró dominar el mundo. Fue su capacidad de transmitir contenidos, construir mundos posibles, intercambiar puntos de vista que el ‘Homo sapiens’ desterró a los neandertales, a los ‘Homo erectus’, a los ‘Homo Denisova’, a los ‘Homo rudolfensis’. Han pasado miles de años, y ese rasgo tan estrictamente humano, que nos permite desarrollar nuestro pensamiento crítico, está siendo desplazado por imágenes morbosas que trafican por WhatsApp millones de personas sin ningún pudor. Me enviaron la foto de un postrado en una camilla tres personas distintas, que estoy segura de que no se detuvieron a pensar ni un segundo en qué podía ayudarme a mí o a cualquier otro individuo un documento tan invasivo y doloroso. Me enviaron esa foto personas que no se detuvieron a reflexionar que estaban iniciando una cadena de reenvíos que, sin que ellos mismos se enteraran, acabaría con la foto circulando en los WhatsApps de sus propios hijos.

Ha muerto un ser humano y su violenta partida de este mundo necesariamente iba a generar reacciones, interpretaciones, adhesiones y rechazos. Alan García fue polémico en vida y nadie esperaba que esa característica se esfumara con su muerte. Sin embargo, ninguna discrepancia o reclamo explica tanta salvajada. Nos encanta decir que una imagen vale más que mil palabras. Pues no, señores. De un tiempo a esta parte las imágenes, las sentencias de callejón, las frases lapidarias que parecen sacadas de la pared de un baño maloliente nos están animalizando. Necesitamos las palabras sensatas y los silencios respetuosos. Necesitamos ser humanos nuevamente.