El Papa progre, por Santiago Roncagliolo
El Papa progre, por Santiago Roncagliolo
Santiago Roncagliolo

Todo católico –y todo ateo– debería leer la entrevista del diario español “El País” al papa Francisco, publicada el fin de semana pasado y disponible en Internet. Si no ves la foto del entrevistado con su hábito blanco, te parece estar leyendo a un militante de partido socialista.

El Papa denuncia la escalada de violencia global (“Estamos en la Tercera Guerra Mundial en pedacitos”) y la desigualdad (“Me preocupa del mundo la desproporción económica: que un pequeño grupo de la humanidad tenga más del 80% de la fortuna”). Ataca el conservadurismo de la Iglesia (“Nuestros mártires dieron su vida por predicar algo que molestaba”). Acusa de pasividad a Europa ante la crisis de refugiados (“Que el Mediterráneo se haya convertido en un cementerio nos tiene que hacer pensar”). Elogia la teología de la liberación y la libertad de culto en China. Y no pierde la oportunidad de mandarle su chiquita a Donald Trump: “El peligro en tiempos de crisis es buscar un salvador que nos devuelva la identidad y nos defienda con muros”.

Muchos habituales defensores de la Iglesia echan de menos en el discurso de su líder diatribas contra los homosexuales, amenazas de condenación eterna por acostarse con alguien, o al menos alguna advertencia apocalíptica, una pequeñita, sobre la entrepierna de la gente. Para estos católicos, el objetivo principal de la Iglesia es garantizar que sus hijas lleguen al matrimonio vírgenes. 

Y sin embargo, no recuerdo que Jesús hablase nunca de estos temas. El Nuevo Testamento que me enseñaron en el colegio se refería sobre todo al prójimo, al amor y al perdón. Cristo echó del templo a los mercaderes, no a los gays. Quizá el Papa sea más conservador que los conservadores, porque recupera el discurso cristiano original: transformar el mundo para hacerlo más solidario.

Ahora bien, les gusten o no, aunque solo sea por un sentido de la disciplina militar, los mojigatos se persignan y guardan silencio ante las palabras de Francisco. Lo curioso es que también guardan silencio quienes más deberían celebrarlas, que son los izquierdistas.

Durante el siglo XX, el comunismo articuló el discurso de izquierda, con planes, prioridades y objetivos compartidos a nivel global (sí, fue un desastre, pero eso es otro tema). En el XXI, en cambio, es clamorosa la ausencia de una ética común que vincule a quienes proponen cambiar el sistema. Y a falta de un plan compartido, cada uno de ellos cree que el bueno es el suyo.

Las eternas trifulcas al interior del Frente Amplio –el voto en segunda vuelta, la renuncia de Marisa Glave, el sueldo de Verónika Mendoza, la Comisión Lava Jato– son solo la cara peruana de esta ausencia. En España, Podemos lleva meses ofreciendo el espectáculo de las peleas entre sus facciones y hablando más de sí mismo que de los problemas sociales. Y esta semana, en las primarias del Partido Socialista francés, un candidato le ha dicho al otro que “destila veneno”.

Con la izquierda dando tumbos como pollo sin cabeza, sus votantes históricos se mudan en masa a la extrema derecha. Mientras los progresistas de Europa y Estados Unidos intentan decidir qué quieren de la vida, Donald Trump, Marine Le Pen o el UKIP británico les prometen a los obreros protección contra la globalización, y reciclan a su favor los escombros del socialismo.

Hoy en día, el discurso anticapitalista más poderoso e influyente de Occidente es, quién lo diría, el humanismo católico del papa Francisco. A los partidos de izquierda les sería muy beneficioso acercarse a él... aunque para eso, claro, tendrían que ponerse de acuerdo.

Lea a Santiago Roncagliolo todos los viernes en El Comercio.