El tiempo pasa..., por Fernando de Trazegnies
El tiempo pasa..., por Fernando de Trazegnies
Fernando de Trazegnies

Estando en estos días ahogándonos por el calor que despierta una candente discusión política, parecería que lo normal fuera que este artículo tratara algunos de los temas que constituyen la leña del fuego. 

Sin embargo, pienso que es mejor, desde mi punto de vista, acercarse algo más a las elecciones, esto es, esperar un poco antes de penetrar en el horno. Y por eso he preferido fijarme más bien en algo atrás y reflexionar sobre eso que llamamos popularmente el Año Nuevo.

Nuestra tradición enaltece el Año Nuevo y lo convierte en un día de promesas –muchas de las cuales nos las hacemos a nosotros mismos– y de alegría por haber llegado con vida todavía un año más. Así, el Año Nuevo tiene fundamentalmente un carácter simbólico. 

Y es así como adquiere una perspectiva bastante compleja: es el recuento de lo hecho durante el año anterior, el análisis de la forma como obraremos en el año que comienza y, por último..., ¡la fiesta! Lamentablemente, mucha gente –especialmente los jóvenes, para quienes un año más o un año menos es lo mismo– reduce el Año Nuevo a una jarana desorbitada.

Pero si le damos una mirada seria al Año Nuevo, nos encontraremos que esta fecha no implica el fin ni el comienzo de nada real, es decir, nada que esté en las cosas mismas. Es, más bien, simplemente una construcción mental que nos ayuda a organizarnos.

Ante todo, veamos que el Año Nuevo se celebra en fechas distintas según las culturas, lo que tendría que ser considerado como un error de algunas de ellas: no puede ser verdadero a la vez que la vuelta de la Tierra alrededor del Sol comience en enero para unos y en febrero para otros. 

Por otra parte, no cabe duda de que, aunque la Tierra da continuamente vueltas alrededor del Sol en un lapso de tiempo que llamamos un año, no hay una fecha del comienzo de esas vueltas. Sin embargo, la necesidad de ubicar las cosas en el tiempo de la misma forma como las ubicamos en el espacio llevó a crear la sucesión de años, meses, días, horas, minutos y segundos. Este esquema fue impuesto sobre el tiempo de la vuelta de la Tierra alrededor del Sol. 

Sin embargo, no todas estas aplicaciones partían de los mismos principios. Algunas de las culturas optaron por tomar en cuenta las fases de la Luna, lo que lleva a un año de solo 354 días, como es el caso del mundo musulmán. 

El calendario chino es también un calendario lunar. De ahí las diferencias en la determinación de un hito inicial, que es irreal, pero que ayuda a contabilizar el tiempo.

En Roma, se consideró originalmente que el calendario debía tener diez meses. De ahí que, paralelamente a los nombres de dioses, aparezcan aún ahora meses con nombres de números como setiembre (7), octubre (8), noviembre (9) y diciembre (10). 

Más tarde, comprendieron que la vuelta de la Tierra alrededor del Sol era un poco más larga y se incluyeron dos meses más con los nombres de Julio y Augusto, ambos figuras prominentes en la política romana. Pero este calendario no estaba todavía completo: le faltaban días. 

Es entonces que, casi 1.600 años más tarde, el papa Gregorio XIII reforma el calendario para encajarlo mejor a la realidad de la vuelta de la Tierra alrededor del Sol. Los ortodoxos, como fue el caso de Rusia, no aceptaron durante siglos ese nuevo calendario por razones de diferencias de la autoridad religiosa de la cristiandad. 

Recientemente, Rusia ha aceptado también el calendario gregoriano, pero eso la ha llevado a un desbalance de sus fechas históricas, al punto que la famosa Revolución de Octubre del comunismo ruso ocurrió en setiembre, según el actual calendario gregoriano.

La conclusión es que el Año Nuevo, no es una fecha científica. Pero tiene, sin duda, una influencia grande en nuestra personalidad, en la forma en que decidiremos cómo vivir de ahora en adelante, en lo que debe hacer el país para progresar.

Cualquier día puede ser el primero de un año. Aun más, todos y cada uno de los días deberíamos considerarlos como un Año Nuevo para los efectos de un autoanálisis, impulsándonos a examinar si, durante el tiempo transcurrido en el pasado hasta ese momento, hemos satisfecho nuestros propósitos y expectativas. Y también programando cada día lo que queremos hacer mañana.

El día de las elecciones presidenciales será, sin duda, un “día de Año Nuevo”, en el que cada peruano debe evaluar lo que ha sido nuestro pasado reciente y optar inteligentemente por el futuro que se presenta delante de nosotros.