Que la paz sea contigo, por Renato Cisneros
Que la paz sea contigo, por Renato Cisneros
Renato Cisneros

Hace unos días comenté en Facebook el plebiscito que mañana se celebra en Colombia para determinar si la población está de acuerdo o no con el acuerdo de paz firmado el lunes por el Gobierno y las FARC.

“Si fuera colombiano, votaría por el Sí”, opiné, subrayando la importancia de desarmar a la guerrilla y la necesidad de respaldar la primera negociación que llega a buen término –después de tres fracasos previos– en más de medio siglo de conflicto.

La mayoría de contactos pareció coincidir con mi postura (aunque el like de las redes puede ser respaldo sincero o adhesión hipócrita), pero hubo unas cuantas reacciones adversas entre las que no tardó en aparecer la analogía del caso peruano y Sendero Luminoso. “¿Acaso le darías amnistía a Abimael?”, “¿Te gustaría verlo sentado en una curul?”, preguntaban para enseguida responderse a sí mismos.

El paralelo, sin embargo, resulta forzado desde que equipara procesos y momentos completamente opuestos. En el Perú, en menos de dos décadas, las cúpulas de Sendero Luminoso y el MRTA fueron vencidas militarmente y su proyecto ideológico-revolucionario fue abortado, de modo que nunca hubo necesidad de prolongar una conversación en mesa con sus miembros. Y en el terreno político, cada vez que los remanentes senderistas han pretendido articular una propuesta “legal”, su propio predicamento desfasado –cargado de un resentimiento violentista que la mayoría rechaza– los ha dejado fuera de cualquier competencia democrática. Dudo mucho que eso vaya a cambiar si, como hemos visto en los últimos días, siguen siendo tan irresponsables que hasta convierten una romería familiar en un acto mal disimulado de provocación y apología.

Lo que sí tendría que preocuparnos, más bien, es ver en qué quedó la incorporación de las recomendaciones de la Comisión de la Verdad, muchas de ellas orientadas a prevenir un rebrote subversivo.

La situación colombiana no solo es muy distinta, sino que es única en América Latina: 52 años de enfrentamiento, 8 millones de víctimas, más de 200 mil muertos y 45 mil entre desaparecidos y desplazados. La magnitud y continuidad de esa barbarie ha obligado al gobierno de Juan Manuel Santos a contemplar una salida realista donde, ahí sí, cobran sentido el diálogo con el adversario, las concesiones de ambas partes y la idea de perdonar y empezar de nuevo. Lo conseguido, aunque a muchos les cueste admitirlo, es histórico: se han depuesto las armas y hoy la paz es un sueño posible en esa tierra optimista que es Colombia.

Para mañana, las encuestas favorecen al Sí, pero los voceros del No han contraatacado duro esta semana. Una de las cosas que menos toleran es ver a dirigentes de las FARC en el Congreso. Desde lejos, me pregunto si no es mejor que estén allí, desarmados, en reducida minoría, imposibilitados de sacar adelante ninguna ley, a que estén escondidos en la selva y la ciudad ordenando más crímenes. ¿Así no empezó, acaso, la desmovilización y posterior conversión política de los guerrilleros del M-19?

Para ganar, el Sí debe superar al No por un umbral del 13% de los votos. Si eso sucede, las reformas legales que propone el acuerdo de paz se activarán rápidamente. Si no, la comisión encargada de verificar el cese al fuego y el desarme se retiraría de Colombia de inmediato.

Así las cosas, si fuera colombiano por un día y ese día fuera mañana, me reafirmo en que marcaría el Sí. Sin culpa, con pura ilusión.

Esta columna fue publicada el 1 de octubre del 2016 en la revista Somos.