(Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
(Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
Javier Díaz-Albertini

Pechar es un rito de machos. Te empinas como un gallito, sacas pectorales y te inclinas hacia el oponente con un movimiento amenazante. Como hace unos días señalaba el periodista Jaime Bedoya, es una conducta propia de los primates –especialmente el gorila– para defender un territorio o dejar en claro quién manda.

Con este comportamiento se busca que el otro se amedrente y retroceda. Si no funciona, se debe recular y estar dispuesto a continuar la agresión pero con su respectivo cabeceo, puñetazo o patada. Es así porque al sacar el torso hacia delante, la cabeza, los brazos y las piernas deben retroceder para equilibrar al cuerpo, exponiendo al pechador ante un ataque certero de su rival. Esto quiere decir, en el fondo, tres cosas. Primero, que solo se debe pechar cuando se está bastante seguro de que el otro va a ceder. Segundo, que se deben tener listos cabeza, brazos y piernas por si acaso el amedrentamiento no es suficiente. Y, tercero, que no hay nada más patético que un pecheo fallido.

El pecheo se ha vuelto común en nuestro medio político. Huérfanos de ideologías, programas y valores, lo importante –para muchas organizaciones políticas– no es tener razón, sino controlar recursos, sea para el enriquecimiento personal, el tráfico de influencias, el blindaje u otras prácticas ilícitas. Por ello es que resulta esencial mantener el señorío sobre ciertos espacios e instituciones.

Es difícil propiciar el diálogo bajo estas circunstancias. La única forma sería llegando a acuerdos sobre cómo repartir el pillaje, algo afín a lo que hacen los cárteles mafiosos cuando se distribuyen los territorios de una ciudad. Son negociados parecidos a los que hicieron el ‘club de la construcción’ o Los Cuellos Blancos del Puerto. Como diría Vito Corleone, la guerra es mala para los negocios.

¿Cuáles han sido los estilos de pechar que se han dado en los últimos tiempos? Pues me atrevería a identificar cuatro formas principales.

La primera es el pecheo bully. Ocurre cuando un grupo tiene tanto poder que hace innecesario el amedrentamiento, pero igual lo realiza por gusto o venganza. Fuerza Popular se especializó en este estilo, el cual se inició el mismo día que la ‘señora K’ “reconoció” su derrota y anunció que sus 73 congresistas habían sido elegidos para ser oposición. Por año y medio se dedicaron a humillar al . Continuaron con innecesarias interpelaciones y censuras hasta que –soberbios por el poder– dieron un pecheo fatal al negar la cuestión de confianza al Gabinete Zavala.

En segundo lugar, tenemos el tipo “esqueletos en el armario”, pérfidamente utilizado por el fiscal supremo Chávarry, quien conoce bien sus pecados, pero más aun los ajenos. A pesar de los frondosos indicios de sus fechorías, se presenta altivo en toda comisión. Ni tiene que defenderse, sus alocuciones consisten en echar barro y verter amenazas a todos los que pretendan que dé cuenta de sus “hermanitos”, oficinas deslacradas y su cercanía al lado oscuro de la Fuerza.

En tercer lugar, encontramos el pecheo “Pantaleón”, haciendo alusión al santo mártir católico, patrono de los que sufren dolores de cabeza. Es utilizado por el Ejecutivo y su principal efecto es que causa una jaqueca temporal gracias al peligro que significa negar una segunda cuestión de confianza. Pero su debilidad es que no está debidamente acompañado del cabeceo, puñete o patada. Es decir, una vez superada la crisis producto del enfrentamiento, puede fácilmente llevar a que sea mecido por la Fuerza que aún domina el .

Finalmente, llegamos al pecheo ciudadano. Capaz de derogar normas (leyes pulpines), revertir injusticias (nuevo juicios víctimas de violencia de género), reponer fiscales (Pérez y Vela), mitigar la contaminación (múltiples casos), ha demostrado agencia política en un medio caracterizado por la inacción y apatía ciudadana. El reto, sin embargo, es canalizar esta energía en organizaciones estables que, por un lado, nos protejan de tanto pechador canalla y, por el otro, tengan capacidad proactiva y no solo reactiva. Un primer paso, sin duda alguna, es apuntalar las reformas que coadyuven a transformar a los en organizaciones democráticas, programáticas y transparentes.