Imaginar a Keiko Fujimori o a Pedro Castillo sentados en el sillón presidencial es una imagen tan contraintuitiva que tiende a distorsionar la forma en la que analizamos la realidad. Así, cuando algunas variables parecen beneficiar a uno u otro candidato, dudamos de nuestra interpretación porque la conclusión a la que esta nos lleva es tan extraña que no parece sostenerse frente a un escrutinio lógico.
Por ejemplo, según las primeras encuestas, Castillo aventajaba por 15 puntos en votos válidos a su contrincante. Hoy, según Datum, lo hace por 10 puntos. Según las encuestas de Ipsos de las últimas dos décadas, en ninguna de las elecciones el candidato ganador fue perdiendo por más de 5 puntos en la campaña de segunda vuelta. Así, aunque la brecha entre Castillo y Fujimori se ha acortado, la distancia aún es suficiente para decir que la competencia se acabó antes de empezar y que el candidato de Perú Libre tiene un lugar bastante seguro en Palacio de Gobierno. Pero no es posible. Que el candidato poco conocido, de un partido poco conocido también, pase a segunda vuelta con el 11% de los votos del padrón y gane con un discurso radical sin contenido, sin siquiera tener que luchar por el puesto, es de un surrealismo tal que la posibilidad de que milagrosamente Keiko Fujimori se acerque aún más sigue abierta.
Sin embargo, al otro lado de la distopía está la imagen de la eterna candidata, rodeada de buena parte del entorno rancio de su padre, alcanzando el poder tras una campaña de terror de la derecha. En su candidatura más débil, con el mayor antivoto, Keiko está nuevamente a un paso de alcanzar su sueño de adolescencia: ser la primera presidenta del Perú. “Presidenta Fujimori” suena tan extraño que cuesta imaginar cómo logra voltear el marcador electoral para conseguir la victoria.
En ese contexto llega el despelote del debate que, se supone, se llevará a cabo hoy en Chota. Un evento que podría marcar un giro en la campaña o sentenciar lo recogido en las encuestas hasta ahora. Por las actitudes en la previa, parece ser que Keiko Fujimori lleva las de ganar. Sin embargo, no dejemos que las apariencias nos engañen. Sí, es cierto que Pedro Castillo ha tratado por todos los medios de evitar tener que llevar a cabo un debate que él mismo solicitó. Sí, también es cierto que el candidato de Perú Libre solo tiene una respuesta para todo (’el pueblo decidirá) y que, con un mínimo de preparación técnica, Fujimori no debería tener problemas en mejorar sus argumentos. Sin embargo, también vale la pena recordar que los debates impactan en la percepción de la ciudadanía gracias a que muestran el carácter y el liderazgo de sus protagonistas. En esa línea, lo que le falta a Fujimori es algo fundamental: conexión emocional con la población. Si bien a Castillo le faltan las propuestas, su discurso de indignación podría ser suficiente para consolidar su brecha con la candidata de Fuerza Popular.
En cualquier caso, para que alguno de los dos candidatos sea declarado el ganador indiscutible del debate –si es que se lleva a cabo– tendría que ocurrir uno de los siguientes escenarios: o bien Keiko Fujimori saca carisma de donde no hay y le vende una visión del país a los peruanos que deja en evidencia las falacias de Pedro Castillo, o bien Castillo arrasa a Fujimori con un discurso cercano y potente que vuelve intrascendentes los argumentos técnicos de la candidata naranja. Lo cierto es que, en esta campaña de espejismos, hasta que los hechos no ocurren, parece ser un ejercicio necio tratar de anticiparlos.