
Un policía disfrazado de capibara intenta cogotear torpemente a un microcomercializador de drogas que ya había sido previamente reducido por otros agentes. Luego, levanta la patita y posa para la foto junto con el delincuente intervenido. No queda claro por qué era necesario utilizar el traje del peluche de moda ni armar tremendo despliegue para capturar a un vendedor de quetes como si se tratase de uno de los lugartenientes del ‘Chapo’ Guzmán. Aunque la imagen se haya vuelto viral y dado la vuelta al mundo, hubiera sido preferible que tales esfuerzos sean dirigidos a capturar a algún cabecilla del Tren de Aragua, Los Pulpos o cualquiera de las otras bandas de asesinos que desangran día a día nuestras calles.
La gente puede reír un rato con el video del ‘capibara del amor’. Pero al final, la sensación que dejan estas escenas es que la policía está más preocupada por producir contenidos virales que en proteger a la ciudadanía de extorsionadores y sicarios. La lucha contra la delincuencia, el principal problema que nos ataca, no debería convertirse en objeto de burla. Tampoco los agentes que deben dedicarse a combatirla.
Similares reacciones generaron las declaraciones de uno de los principales aliados del Ejecutivo y gobernador de La Libertad, César Acuña. Tratando de minimizar la crisis de inseguridad en su región, dijo que “ya no hay secuestros ni amenazas a empresarios, solo bastante extorsión y las bombas”. No sabemos lo que quiso decir. Tampoco importa mucho.
El ministro del Interior, Juan José Santiváñez, responsable del sector que debe liderar la lucha contra la inseguridad, sigue campante y seguro en su puesto, interpretando las cifras a su antojo. En el Congreso no se ve intención de cambiar las cosas. Y los pocos parlamentarios que están a favor de su salida tienen que mendigar firmas para una moción de censura que seguramente nunca prosperará. No hay solución a la vista.