Venezuela's President Nicolas Maduro speaks during a meeting with ministers and pro government governors in Caracas, Venezuela September 20, 2017. Miraflores Palace/Handout via REUTERS ATTENTION EDITORS - THIS PICTURE WAS PROVIDED BY A THIRD PARTY.     TPX IMAGES OF THE DAY
Venezuela's President Nicolas Maduro speaks during a meeting with ministers and pro government governors in Caracas, Venezuela September 20, 2017. Miraflores Palace/Handout via REUTERS ATTENTION EDITORS - THIS PICTURE WAS PROVIDED BY A THIRD PARTY. TPX IMAGES OF THE DAY
Andrés Oppenheimer

Ante la amenaza de una escalada de sanciones internacionales, el dictador electo de está ofreciendo un nuevo “diálogo” con la oposición y elecciones nacionales a fines del 2018. Sin embargo, existen razones poderosas para sospechar que Maduro está engañando al mundo.

Después de violentas protestas contra el gobierno que dejaron más de 130 muertos y sanciones financieras estadounidenses contra altos funcionarios de su régimen, Maduro ha pedido un nuevo “diálogo” con la oposición.

Recientemente, enviados del gobierno se reunieron con líderes de la oposición para conversaciones exploratorias, y se planea invitar a un “grupo de países amigos”, compuesto por México, Chile, Bolivia y Nicaragua, para supervisar negociaciones formales.

El problema es que hemos visto esta película varias veces. Cada vez que el gobierno está en crisis, Maduro pide un diálogo nacional con la oposición y promete elecciones libres, solo para quebrar sus promesas cuando logra disipar las protestas.

En el 2014, Maduro ofreció un diálogo supervisado por la Unasur que llevó a la oposición a suspender temporalmente las protestas y centrarse en las elecciones legislativas del 2015. A pesar de tener que competir con reglas electorales diseñadas para favorecer a los candidatos gubernamentales, la oposición ganó las elecciones legislativas por una mayoría abrumadora.

Pero poco después Maduro violó la voluntad del pueblo. Primero prohibió la toma de posesión de varios congresistas opositores –lo que despojó a la oposición de una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional– y luego utilizó el Tribunal Supremo de Justicia para quitarle poderes al recién electo Poder Legislativo.

En el 2016, ante nuevas protestas opositoras, Maduro nuevamente llamó a un “diálogo”. Esa vez, el diálogo produjo un acuerdo para negociar la liberación de los presos políticos, revisar los casos de los legisladores de la oposición impugnados por el gobierno, reconocer los derechos constitucionales de la Asamblea Nacional y respetar el calendario electoral.

Una vez más, Maduro no solo no cumplió su parte del acuerdo, sino que restringió aun más las libertades democráticas. Aumentó el número de presos políticos, postergó las elecciones de gobernadores y recortó los poderes de la Asamblea Nacional. Peor aun, recientemente creó un congreso paralelo, que él llama la Asamblea Nacional Constituyente.

Ahora Maduro enfrenta una crisis humanitaria, con crecientes sanciones internacionales. La escasez de alimentos ha llevado a su régimen a comenzar a distribuir conejos, y a pedirle a la gente que los haga reproducir, y se los coma.

El ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Heraldo Muñoz, me dijo en una entrevista que la mediación propuesta por el “grupo de países amigos” puede tener más éxito que las anteriores porque “la situación se ha agravado mucho, y la comunidad internacional ha sido mucho más activa”.

Puede que así sea. Pero para no caer de nuevo en las triquiñuelas de Maduro, la comunidad internacional debería seguir aumentando la presión sobre su régimen.

Estados Unidos, Europa y América Latina deberían buscar y congelar más cuentas bancarias y propiedades de altos funcionarios del régimen de Maduro, y exigir que todos sus futuros contratos petroleros con Venezuela sean aprobados por la Asamblea Nacional de mayoría opositora. También deberían retirar a sus embajadores de Venezuela.

Y el “grupo de países amigos” que se está formando debería condicionar su esfuerzo de mediación a que Maduro permita que las elecciones para gobernadores sean libres y justas, con observadores internacionales creíbles, y a que el régimen respete plenamente sus resultados. De otra manera, Maduro seguirá burlándose de todos para ganar tiempo y esperar un milagro, mientras Venezuela se encamina a convertirse en una nueva Cuba.
-Glosado-